Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

miércoles, 25 de marzo de 2015

La canción de la paz V (Cumpleaños)




   Ayer cumplí los años. No tengo mucho para decir. Sólo agradecer a Dios por el regalo que me dio: la vida. Pero hubo algo más, algo que no puedo decir pero que me hizo y me hace muy feliz. En estos días duros, tengo la satisfacción de no hallarme tan Alan como antes. Algo es algo. Es verdad que vivimos con esto del "vamos por todo" y que muchas veces terminamos en la nada pero ahora hay una dicha para mí...

   Debo reconocer que esto tan maravilloso del ahora tiene un qué sé yo que podría antojarse marginal, un tanto lejano. Pero hay un indigente en mí que sonríe con las luces de la calle y se ilumina con ellas pese a que no le pertenezcan del todo o algo así, ¿no? Ni yo sé qué decir. Por eso salgo al campo a enredar todo. Es el vicio de marearme a mí mismo para impresionar al rival y que caigo en el juego fatal de dar vueltas sin encontrar la pelota. No tengo más. Voy a correr hasta el final y voy a intentar ganar el partido aunque más no sea desde lo moral. "Campeones morales" no es un mal título para el que no tiene copas en la vitrina. Y ahora sí, no me para nadie... Nací de vuelta, nací otra vez, nací mil veces. Y nací solamente para mí, para no morir jamás...

   Voy a ser joven por siempre. No voy a envejecer. Me voy a reír de la muerte y de todo lo que haya bajo el cielo. No hay nada más que imágenes. Dios me cuida. Voy bajo sus alas y bailo liviano en el canto del amor. Pleno corro por las calles y encuentro todo lo que me hace bien en cualquier esquina. Está todo en calma. Nada me importa tanto como... Nada me importa tanto como... ¡Y no puedo escribir! Pero no tengo tanto miedo como antes. Me teletransporto. ¡Ahora sí que estoy en mí! Les voy a contar una de la buena, les voy a cortar una línea de la mejor, no de esa porquería que se ríe de vos en tus narices...

   Solamente por frivolidad voy a caminar por jardines ajenos. Mi sendero ya fue trazado por mí. Y ya dije, aunque más no sea sin decirlo, dónde quiero estar. Pero no puedo dar más porque sería quitarme a mí mismo la chance de seguir con este juego perverso de ir y venir sobre la nada. Si me arrojase a la negatividad pura, al no pleno, no habría de mí nada más que silencio. Pero ahora escribo. Y escribo que la otra vez crucé junto a un amigo el puente que une la avenida Piedrabuena con el otro lado de Villa Lugano, yendo al sur. Mi compañero de anécdotas vive en los edificios. Me acompañó para charlar un poco más. El lunes. Pasamos la autopista Ricchieri. Al llegar a nuestro punto de despedida, pasó una hermosa señorita rubia a bordo de un Mercedes Benz. Manejaba muy contenta al mirarme. Sí, me miró como para derretirme y me sonrió. Mi vista iba mano Riachuelo, aunque suene feo. Yo estaba ahí. Mi interlocutor miraba hacia el norte. Ella, la chica bonita, iba para el lado del Centro. Espero no haber errado el vizcachazo. No me interesa la que se fue con su alemán de cuatro ruedas. Era una historieta nomás. Seducción de barrio. Hay algo muy superior que me mueve a la risa y a la dicha de expresarme de esta manera...

   La vida sigue y yo sigo en ella. Me tengo que borrar de acá. No puedo parar. Hay que seguir, seguir como sea. En un momento uno para y se da cuenta de que va como el perro que se persigue la cola. Pero este no es el caso. Parte de todo esto es ir por la vida como si nada. Ya bastante catarsis hago por acá. No corresponde que me deshaga acá en elogios velados a la razón. Justamente, la razón exige que nos demos a conductas perfectas, a actos buenos como estudiar, progresar y lucir como los demás. Porque si no fuera así, sería locura y no razón. Pero qué sé yo. Hay que ponerle un punto final a todo. Es lo que hay por el momento. Puede que esto deje gusto a poco pero a veces ese poco es caviar. ¿O sería preferible que me llene de pan cuando "el hombre no vive solamente de pan"?

sábado, 21 de marzo de 2015

La canción de la paz IV (Visiones) y Sueños locos XXXIV (Confusión)...



  Una tarde que se hace noche o un día que llega a noche sin escalas. Yo estaba sentado frente a la PC. Como ladrón en la noche, llegó el que debía llegar, y no era Dios... Y ahí estaba yo sin saber qué hacer. Intenté darle un beso en la mejilla, típica costumbre porteña, pero el individuo, también porteño, me dio la mano con frialdad y me congeló con su enojo. A mis espaldas, la riqueza estaba lista para ser disputada. Pero el sueño se detuvo en el duelo de los hombres. La muerte en la estrechez de un departamento. Todo en un mismo lugar. 

  Eso fue Sueños locos XXXIV (Confusión). Extenderlo más me obligaría a cambiar el título por Confesión y eso sería pecado en mi actual situación. Ya dije que estoy en tiempos de callar. Tiempos de salir a correr fuerte bajo el sol, entrenar duro, mirar al cielo y pedirle que me gane la misma misericordia que a muchos otros alrededor del mundo. Ojalá mis zapatillas pudieran hacer castillos con el polvo que se levanta, con la tierra que vuela en cada salto... ¿Por qué será que cuando estoy tirado en el suelo siento un mareo indescriptible, una sensación de vértigo, un extraño estar solo frente al universo? Sí, padezco la pequeñez de ser bajo el día, bajo el toldo celeste. No hay nada que hacer más que limitarme en todo momento...

 ¿Cuál expansión me es permitida? ¿Podría ser que en este mundo mío tenga libre albedrío para ir al almacén y comprarme el país entero? Es lógico pensar que si acá soy medido, afuera puedo descontrolarme y arruinar todo. Sí, puede ser. Pero en verdad que este pobre espacio es prolongación de muchos otros. Vivimos en una contigüidad, en una continuidad casi sin final. Puede haber compartimentos estancos pero no tengo acceso. Ahora, imagino un tipo tratando de subir montañas creadas por hombres. Lo veo con un cuchillo pero no para matar sino que lo lleva para cortar los nudos que le echan los otros. ¿A qué viene esto? Ni yo sé.

  ¿Y el sueño? Fue mucho más todavía. Pero no es hoy el día indicado para hacer letras las imágenes que carbonizaron mi cerebro. Muchas almas me rodean. Muchas almas pelean por mi alma. Y muchos espíritus infernales me atormentan cada hora para que pegue el volantazo y me vaya a la mierda con el auto. Si pienso medio segundo lo que estoy haciendo, puedo perder la carrera y dejar de correr sólo por cansancio mental. Las distancias a recorrer son inmensas, casi infinitas en proporción a mi cuerpo mortal, pero el deber de llegar me impone la ardua tarea de seguir y seguir hasta el fin. No queda otra. 

  ¿Y la sociedad? Debería venir a buscarme porque está haciendo en mí una bestia, una bestia salvaje, imposible de domesticar. Todo son modales: blancas sonrisas, miradas alegres y discursos finos. Pero el fuego se me está rebelando ante tanta injusticia, se está revelando la verdad de mí. Va a salir a la luz como una revelación de muchas rebeldías y no como juego de palabras para entretenerme junto a los más. Alguna vez sentiré que me invade el poder de la eternidad y el infinito. Muchas veces siento ganas de consumir océanos enteros y hacer de los mares un simple vaso de agua. Tengo desesperación de mundo, hambre de vida. Me pone nervioso tanta individualización como forma de colectivización. Me obligan a ser yo, un yo que no quiero ser. Lugar y tiempo equivocado. Pero sólo por unas coordenadas. Si pudiera correrme algunos metros en todo, podría andar mucho mejor. Tal vez kilómetros pero no mucho más, no mucho más...

   Le puse tanto huevo a la vida que tengo para hacerme una tortilla de existencia. Es lo que hay en mí. Quisiera respirar un mundo mejor con un sol que no mate pero debo perderme entre los muros de la gran ciudad sin saber por qué. Me cansa ser el otro, el siempre lejano, el marginal, el pobre, el excluido, el desocupado, el tipo solo, el loco. Pero bueno. Entre enredaderas de sueño, yo sueño con olvidarme pronto de esta pesadilla y despertar en una playa blanca, en un mar transparente de una bola de cristal llena de días. Tal vez nade hasta morir. Es una manera genial de hacerse uno con las aguas del más allá...

  ¿Y ahora? Ahora veo algunas calles de noche y los sueños recurrentes con los trenes y las líneas de subterráneo que todavía no existen. Veo un futuro enorme, muy difícil de materializar pero excelente para todos. Dios quiera que sea así. Ahora me marcho antes de que lleguen los fantasmas más turbios de las madrugadas, esos que se multiplican con cada minuto que pasa...

La canción de la paz III (Recuperaciones)



  Ruido y humo allá atrás. La primera mañana del otoño nació con tranquilidad, con mucha paz. El sueño fue ameno. Resucité con un cariño especial por la vida. La noche ha sido rápida. Ella ha volado de mí en un abrir y cerrar de ojos. No tuve tiempo de derramar ni sola lágrima. Me inspiré un poco al acercarme a la plata verdadera, que llevo colgada en el pecho. Dejé que el alma se deslice fuera de la carne para poder evadir el mundo duro de los objetos físicos y las voluntades otras, esas que no son aliadas de mi felicidad ni mi bienestar. Hice bien en haberme ido de mí mismo para hallar en un después lo que me gustaría ver hoy. 

   Sigo peregrinando sin ofender a nadie. Solito camino por la vida. Voy con la cabeza en alto pero no en actitud "desdénica". Sé adónde quiero llegar y me mando en la dirección del sacrificio bajo el sol, la lluvia, la madrugada y el silencio asesino de los más. Me tengo a mí mismo pero a su vez me siento respaldado por una roca firme de la fe, pero no de la fe en Dios, creador de todas las cosas, sino que hallo refugio en la creación misma pues me cobijo en ella y... Sí, hay más en el medio: entre lo hecho y Él, el que hizo. Hay mucho más. Pero me fue prohibido especificar lo que pasa en medio de mi peregrinación. Es un deber no decir. Puedo comentar algunos puntos menores pero no revelar mi ubicación exacta. 

  Me sentí tentado de errar los caminos y hacer justicia por mano propia pero dice el Señor: "Mía es la venganza". En un asalto de lucidez pensé que podía perderlo todo. ¿Qué sería de mí si ya nunca más vuelvo a ver la luz de la mañana? ¿Qué sería de mí si no viera ya la calma de la tarde? ¿Qué sería de mí si no tuviera jamás la paz de las noches de invierno? "Ya no la volvería a ver", me dije a mí mismo en relación a la literatura. Sentí que la razón me ganaba o que una razón ganaba mi corazón. Suena cursi y estúpido y la rima es gastada pero lo digo de verdad: podría haberme comido un toro crudo pero el hambre no es buena consejera. Me decidí a esperar y obtuve tiempo para mí, tiempo para darme cuenta de que hay un mundo allá afuera.

  Recién recibí señales, mensajes celestiales. De un párrafo al otro voy mejorando. Mis pulmones se van expandiendo poco a poco. El aire fresco me renueva la piel y me siento más vivo que nunca. Doy gracias a Dios de tener un milagro cerca de mí casi todos los días. La felicidad me sulfura las venas y el futuro se me presenta un poco mejor que ayer. Todo va a estar bien. Lo único malo es que hay un motivo muy grave que me obliga a callar y no poder especificar nada de todo este asunto. Es lo que hay. Es La canción de la paz, una lenta canción llena de silencios. Porque la paz tiene que ver un poco con eso, ¿no? Con el silencio...

viernes, 20 de marzo de 2015

La canción de la paz II (Esperanzas)



 Hoy también. Hoy también. El cielo se abre otra vez. El sol se va haciendo cada vez más verde y el mar me lleva el alma. Me siento mejor. Me siento bien. ¿Qué más puedo aportar en palabras cuando estoy obligado al silencio sobre lo que quiero decir? Tengo que relajarme, respirar hondo y abstraerme de este momento, ir más allá. Es bueno saber que estoy procediendo con rectitud. Digan lo que digan, voy por buen camino. Es verdad que corro gran peligro de caer pero por lo menos soy sincero y admito que tengo tendencia a tropezarme en determinados trances. Hago lo que puedo. Tengo miedo pero trato de ir hacia adelante con fe, con optimismo, con esperanza y con el naranja en el corazón (¡el tipo no podía con su genio!)...

  Ojalá pudiera llevarme la corriente y ahogarme en esos rayos de pura rebeldía. "¿Cuándo viene?", pregunta. "¿Qué cosa?", repregunta. No se puede decir más. Pongo palabras para tapar un silencio muy incómodo. No tengo el horizonte dominado. No llevo cuenta de los cielos, de las nubes o los caminos. Quiero pedir la muerte pero no me la dan. Quiero una muerte muy especial, digna de lo que alberga mi pecho. "De la abundancia del corazón habla la boca", dijo Jesús. Pero yo tengo vedado dar a luz mis abundancias. La escasez fingida es el desierto que me resguarda del exceso de civilización. El sol pega cada vez más fuerte y no alcanzo a devolverle los golpes. Todo por temer.

  Mi misión es no hacer nada. Me ordené a mí mismo abstenerme. Debo aguantar. Callarme. Tengo que marchar firme y no vacilar. No puedo temblar ni dejarme llevar. No hay margen para confusiones. La realidad es que las piedras siguen ahí, tan duras como nunca. Siempre lo mismo. O tiene que ser visto así por mi persona para que yo no equivoque los caminos. El tiempo debe esfumarse y el lugar no cuenta con permiso del destino para cambiar por una impronta mejor. ¿La intención mía es derrotarme? En absoluto. Sin embargo, los días van para años ajenos.

  ¿Qué podría salir mal? Mucho en principio. Pero confío en que la Divina Providencia me cubra. ¡Perdón! Corto todo. Disculpen el cambio abrupto pero pasó algo increíble: se paralizó todo mi mundo en una milésima de segundo ni bien menté la ocasión toda de este escrito. ¿Increíble, no? Pequeño milagro: la música dejó de sonar y el mundo se hizo ausente por una partícula de eternidad. Vamos bien. ¡Vamos que nos vamos!

  Quisiera que muchas cosas sean distintas. ¿Qué puedo hacer yo para cambiar todo esto? Por ahora nada. Lo único que tengo son estas esperanzas locas y lindas. Nada más. Descanso en paz. Llevo un cofre pequeñito colgado del cuello y lo abro con la llave del recuerdo y en él encuentro todo lo que me hace bien. Veo las aguas de lo imposible agitarse para trastornar el caos que ven mis ojos y hacer que todo resulte más ameno. No le puedo pedir más a la vida. No son migajas. Es un manjar exquisito. Tengo que aferrarme con devoción religiosa a mi tesoro y seguir llorando las noches en soledad pero con la certeza cierta de que alguna vez me completaré y llegaré a la plenitud que tanto anhelo. ¡Tengo tanto miedo!

     Lo único que tengo. Esperanzas que me hacen vivir cada día con energía a pesar del dolor, los golpes y los desgarros del fuego interno. Me pongo en posición fetal cuando estoy solo y lloro, lloro con toda la fuerza de la que soy capaz. O busco un rincón contra la pared, tirado ahí en la cama, y me prendo a mis ilusiones con salvajismo. Doy vueltas. Me abrazo a mí mismo con desesperación. Me agarro para no perderme en la caída de la muerte. Trato de aferrarme a la vida pero hay fuerzas que me tiran para el otro lado. Lucho con locura para quedarme. Y consigo que triunfe la vitalidad pese a todo. El sufrimiento interior es una manera triste de conocerse, de saberse vivo en medio de la sal. Bueno, no puedo mentir. Alrededor de mí están sucediendo cosas terribles pero estoy flotando en una nube. Debo confesar que soy feliz y que me estoy construyendo en medio de las ruinas de lo que nunca fue. Yo sé que voy a recibir una señal por todo este esfuerzo que hice por traducir la realidad al lenguaje de las imágenes. Doy fe de que va a llegar esa magnífica calma de una mañana de domingo sin preocupaciones y les juro, no va a hacer bajo tierra, en un cementerio. El sol va a salir para mí pero no ese del verano que me golpea por la calle sino ese amigo del invierno que acompaña con amor juvenil y fresco.

  ¿Voy a tener mi recompensa? Lo único que busco es un poco de paz. Cristo no puede abrazarme porque está crucificado. Sí, resucitó pero se fue arriba, así que es lo mismo para el caso. Estoy solo pero no tanto. Tengo mis ratos de nadar en océanos de sueños. Podría ser peor. Nada es tan malo. Por lo menos hay una esperanza. Los caminos pueden abrirse un día cualquiera. El Señor puede rajar a los piqueteros con sólo soplar. ¿Por qué será que Dios no permite que mi alma se separe veinte minutos de mi cuerpo para ir a arreglar algunas cosas? ¿No puedo jugar a cambiar algunas reglas del juego que me fue impuesto por nacer en un tiempo y lugar determinado? Quisiera saber el pensamiento del que puede darme el trabajo de mi vida. Quiero seducirlo, quedarme con el puesto e ir por la casa, el auto, los viajes y todo lo demás. Quiero cotizarme. Es una forma fina de evadir el quid de la cuestión. ¡Qué manera de delirar!

  Me estaba metiendo en un terreno difícil y salí. "¡Salí de ahí Maravilla!" No hay para mí posibilidad de retocar mucho que digamos. Estoy sometido a la dictadura de la espontaneidad. Tiene sus pro y sus contra. Lo importante es no hacer algo planificado del todo porque eso es excluir factores que para mí son importantes. No soy máquina. Hago letra de mis sensaciones. Así está bien. Además, yo me pago a mí mismo. Es lo que hay.

   Alguna mañana voy a ir a correr por los pastos otros. Todo va a salir bien. Mejor dicho, todo salió bien: conseguí el objetivo de escribir sin escribir y de decir sin decir. Permanecí en silencio escribiendo (conste que no vale hacer cosas como estas: ewfnfkgngnfklgnkfsngiknrigpijwepjjwtj430fsvkslwp30i303fjdjfkgjejqqjfnnsngvnnj vnnvnwjrjwpriwjpjopwpjfnfvnpwjfjjfjrfijwpojw0'i4ijjv   2uu40394u0439nnjdsjfjwijnjjj´´an iowejiwe. Así cualquiera consigue llenar páginas y simular una ficción o un texto que nunca escribió). Lo mío va más allá. Hay una clave para entenderme pero por ahora no la pienso decir. Lo siento pero eso es todo por hoy.

viernes, 13 de marzo de 2015

La canción de la paz...



   Alguna vez hice un ciclo llamado La canción de la guerra (pueden buscarlo en este humilde blog). Como obra, tuvo buena recepción. Ahora, lamento decir que no pude llegar a mi cometido, o lamento no haberlo cometido... No sé. Pero vamos a mejorar la señal para que capten mejor. Resulta que una vuelta me di vuelta por algo que bien valía que siga en línea recta. Bah, la posta es que hay que meterle aunque no se esté del todo bien. Es una constante. 

    ¿Cómo escribir sin que nadie se dé cuenta de lo que siento? Necesito expresarme pero sin confesarme del todo, sin caerme. Es una situación de miércoles. Me explota la vida pero me la tengo que guardar en las manos para que no le salpique a ningún personaje. ¿Dónde la viste? Es curioso esto que me está pasando. No tengo permitido confundirme ni un poco. De lo contrario, tendría que seguir camino por otro lado. Tampoco puedo anhelar lo mismo que ese ser de hace algunos años porque podría correr la misma suerte de ya no poder volar... ¿Qué hacer? ¿Qué decir cuando no se puede decir? Hoy más que nunca, estoy escribiendo para mí. Dudo que la bombita llegue a destino. Los planetas no están alineados. Año electoral. 

     Estoy mejor que nunca y me siento más vivo que en ningún otro momento de mi vida. Pero tengo mucho miedo. Podría desmoronarse este castillito de libros de un momento a otro y por mi culpa. Siento pánico. No sé qué hacer. Es un tiempo en el cual no puedo decir nada. Reconozco que sigo metido en algunos mareos malos pero es la rutina que vengo arrastrando de años. Son bardos de antaño. Es como perder la sangre de la cabeza un instante y dejar que fluya la tensión por otro lado. Son raptos de atavismo o antilirismo. Lo que gana en esta es mi intención de preservar el misterio. No puedo torcer la sien ante ninguno. Hay que ocultar. ¿De qué me sirve inmolarme en el templo de la sinceridad? ¿Es conveniente? ¿Triunfo en algo con esta obsesión de decir la verdad a como dé lugar? Creo que no. Es callar y saber callar o meter y no dejarse meter aunque eso de las meteduras queda allá a lo lejos de mi vida. Tampoco la pavada de inventar un sueño que no vivo. Me estoy cuidando para no salir fulminado. 

    A ver... ¿Cómo decirlo en criollo? Voy a dejar pasar un tiempo. Pero sé que algún día voy a tener la experiencia, la frialdad y el talento suficiente para patear el penal con calidad y tranquilidad. Voy a meter el gol más importante de mi vida con la camiseta que quiero, con los colores que amo. Ahora tengo que permitir que las aguas corran para los cuatro costados y correrme yo del medio. No puedo ser protagonista hoy. Volveré y seré más que miles de millones pero para eso debo guardar la compostura y no descomponerme en la espera. Yo me propuse llevarme el premio mayor. Sin embargo, me fue dicho por el silencio que debía unirme a él en un abrazo de años. Años. Años. Años. Años. Años. Años. ¿Algo de azar? Tal vez. Me puse a copiar esa palabrita que me aterra y llego a siete veces doce meses. Tendría 34. Volvería para retirarme en River e irme con la ovación de mi Monumental mental, de mi estadio universal. ¿Es posible? 

  Estoy cagado en las patas. No tengo nada de dónde agarrarme. Me persiguen esos sueños crónicos de trenes, colectivos, caminatas, paisajes nocturnos y caminos urbanos. Vivo siempre cruzado por todas las urbes que hay en Buenos Aires. No puedo salir. Pero si salgo, tengo que hacerlo solo y bien lejos. Y siempre lo mismo pero en otra parte. No está el corte que espero. Tengo la opción de congelarme en otro pueblo y hacerme uno con el suelo y olvidarme para siempre de mí en carne mas no  en espíritu. ¿Es buena esa? ¿Puedo estar tan idiota? ¿Qué mierda quiero decir?  Tocar bajo con las lagartijas y perderme con la clase de los dioses allá donde mean las flores de mi Oriente tan temido. ¿Eso es? Podría ser. Es como una tragedia que se renueva para devenir en la comedia de un inconsciente y en el drama de un espectador compasivo. 

  Vi que ha tomado sus días de mis aguas. La vida me agarra en el momento en que creí tenerla de rodillas. ¡Y su franja tan estrecha de dolor! La suerte es así. Fortuna puta del mundo. De esa botella tomé los labios jugosos del azúcar veraniego. Todo un símbolo de una cuadra sin tiempo. Me veo mal. Un abismo me aguarda allá afuera. Tengo que cargar con mis dos pelotas bien arriba. No puedo ponerlas en remojo. No tengo permitido ejecutar esa pena mía, ese penal que rompa las redes de la angustia. ¿Qué más queda? Tengo que ver cómo el sol me abraza y me abrasa en un minuto de pura pasión viva. ¿Será que mi destino es postrarme en el calor y ejercitar lo fatal de no poder expandirme más? Ya está. 

   Me juro a mí mismo que voy a volver como un hombre totalmente consumado, purificado por mi fuego interior. Hoy le digo a Dios que voy a hacer todo bien para seguir caminando en su presencia. Tomaré la alegría y haré el poema más bello de todos. No más blasfemias para nadie. Se vienen tiempos de gloria. Voy a ganar. La corona de laureles me pertenecerá y también... Dejo acá.

martes, 3 de marzo de 2015

La vuelta

 

  
  A ella la conocí en una plaza del invierno porteño. Hacía frío, mucho frío. Estaba a punto de llover. El cielo era de un gris apagado y monótono. La única luz en esa tarde de Buenos Aires estaba en el celeste de esos ojos rebosantes de lágrimas. Me acerqué para consolarla. No sabía qué miércoles le pasaba pero bueno, acudí en su ayuda como buen caballero...

- Hola, discúlpame. ¿Te pasa algo? - 
- Flaco, no me jodas. Quiero estar sola. -
- Está bien, me voy. Perdón. No quería joderte.-

    Se la veía mal a la señorita pálida de pelo marrón y pechitos delicados. Las botas negras de caña larga y taco fino llevaban barro. Cero glamour. Era casi casi una mujer al natural: despeinada, triste, sin maquillaje. Pero era elegante en el vestir: estaba enteramente de negro. Se notaba que era alta. El pantalón de tela fina le marcaba unas piernas de por sí marcadas. Yo imaginé un culo impresionante pero me calmé porque estaba sentada y jamás se iba a levantar de esa postración. 
  
   Caminé algunos metros para dejarla en paz y olvidarme de la divinidad hecha mujer pero ella me gritó a lo lejos: "Flaco, no te vayas. Quiero hacerte una pregunta". Yo me acerqué tembloroso a su encuentro y me senté a su lado no sin antes pedir permiso. La miré directo a los ojos. Todavía lloraba un poco. El cuello lo tenía rígido por el dolor de vivir. El flequillo no podía ocultar la muerte que portaba en la piel. No estaba bien la pobrecita. 

- Bueno, te escucho.- 

     Me contó muchas cosas: me hablo de problemas personales, padres conflictivos, soledad, dificultades en lo laboral, frustración en relaciones amorosas. Era más o menos mi versión femenina. Una hija de lo que se ha dado en llamar "Posmodernidad". No sé qué mierda es eso pero se lee bien. Bueno, yo no dejé de contenerla. En un instante sublime, me encontré sosteniéndole la mano. Al tiempo, yo me puse a llorar y le dije que comprendía todo lo que le había tocado en suerte. Le confesé que nunca fui del todo feliz porque jamás encontré mi media naranja. Al rato me contó que siempre me veía pasar por ahí y que en todo momento le resulté "interesante". La verdad era esa: cada vez que pasé por esa plaza llena de verde y de naranja, le di mis ojos a los suyos con la pretensión secreta e incierta de hallarla alguna vez en mis brazos.

- Somos tal para cual, compañero.-
- Yo creo que es demasiado lindo para ser real. Capaz que esto es un sueño. A mí me cuesta creer. La vida es una mierda y nunca hay nada para mí. Lo único que tengo son laburos de cuarta, minas que no me dan bola, cero pesos en el bolsillo y la desgracia de vivir en Lugano 1 y 2 y que no me llamen de buenos trabajos por pensar que soy un negro chorro. -
- No digas más pavadas, Dios nos juntó. - 

    Cayó un chaparrón casi atómico. Nos mojamos los dos en un abrazo largo como el nudo de nuestras lenguas en boca de ambos. Un atardecer perfecto se empezaba a dibujar en los brazos de la naciente pareja. ¿Era verdad? Sólo tenemos el momento. No hay más nada. Lo que va a venir tal vez nos encuentre bajo tierra. Y lo que se fue, se fue. Ya nunca volverá. Tampoco se puede decir que seamos dueños del presente porque existe el mundo de los otros, que muchas veces puede conspirar contra la consumación de nuestra felicidad. Acusar recibo de la existencia de los demás nos puede granjear el mote de "paranoicos". Esa palabrita mágica es la cárcel perfecta del engaño para que permanezcamos con la guardia baja: confiar y confiar hasta que otro nos quite el amor, la alegría, la vida, el empleo, la casa, la libertad y hasta la dignidad de terminar en cristiana sepultura. Pero bueno, me olvidé por un instante de esos que quieren arrojar nuestra carne a los buitres...

  Yo lloraba. Tragaba el aire y la saliva dulce de sus besos entremezclada con mis lágrimas. Estaba excitado por tanto amor de golpe. Yo siempre supe que uno se enamora en un momento de vulnerabilidad. Hay que ser débil para entregarse a los brazos de los otros. La mujer emocionalmente fuerte se ama solamente a sí misma. En el hombre es igual. Pero la vida nace en la confusión: uno está solo; lo siente, sufre el golpe, mira a otra persona y se deja llevar. Ya no tiene las riendas de su destino. Es dejar pasar, dejarse hacer. Porque vamos a decir la verdad, ¿una linda castaña con el cielo en los ojos me daría bola a mí? Ahora dirán que soy inseguro pero bueno. Yo estoy seguro de que no saben nada de mi eterno fracasar en las relaciones...

  Todo muy lindo para ser verdad: no había drogadictos ni borrachos mendigando con falsas historias de prisiones y desalojos. Tampoco había viejos con miradas inquisitivas; nadie que acusara nuestra actividad romántica. Era todo perfecto, demasiado. Éramos los dos solos en esa placita de caminos naranjas y pastito verde claro. Los coches no pasaban. Los colectivos tampoco. El tiempo se había paralizado como ese cielo negro. No llovía más. El chaparrón duró un segundo pero nos mojó para toda la vida. Fue hermoso. 

   Y sí, algo tenía que pasar... Le toqué el cuello en una caricia muy tierna. Estaba muerta. No reaccionaba. Yo lloré más fuerte que nunca. Quise gritar su nombre pero no lo sabía. No sé si no me lo había dicho o yo no se lo había preguntado o si me lo olvidé. Llamé a la ambulancia con mi celular. Vino al instante. Me dijo el médico que no podía hacer nada. Quedé solo. Fue una desgracia. No me dejaron ir con ella. 

    Fui a la morgue del hospital. Al no saber su nombre, me quebré y conté la verdad. Se rieron de mí esos seres vestidos de blanco y de verde. No podían creer que tuviera tanta mala leche. Alguno insinuó una burla. Algo así de hacer el amor con un cadáver. Después me mostraron todos los cuerpos y me dijeron que no había ninguna piba blanca de ojos celestes y pelo castaño. Había dos chicas trigueñas fallecidas en "extrañas circunstancias". Después apareció un policía y me dijo que yo estaba fabulando. Me contó que me vieron hablar solo en la plaza y que mandaron a una ambulancia porque yo no paraba de gritar "te amo" y la gente creyó que yo estaba loco y que necesitaba pronta atención psiquiátrica...