Ella, pantalón verde y la remera blanca. Una hippie sin Osde pero con ojos claros y aspecto europeo. Estábamos en un bar bien porteño. Yo contemplaba la delgadez del cuerpo de todos mis anhelos: miraba los brazos de baguette y esa soberbia impronta francesa de "yo nunca voy a estar con vos". La tipa más humilde del mundo. "Sin excusas ni elogios", decía frecuentemente. Pero daba la impresión de ser una diosa bajada a la carne por algún hijo de puta celestial, algún envidioso de arriba. Qué sé yo. Y no era rubia sino que la blonda cabellera se le fue apagando hasta quedarle solamente las cenizas de la niñez "aria". Y bueno, la clásica: "dientes de perla" y todas esas expresiones gastadas. Yo no tengo la culpa de que encaje con la belleza típica mediterránea. Tocó así. Pero son sueños, no hablo de la realidad. Estoy excusado. Puedo elogiar a todo lo que pase entre mi almohada y yo. No se admiten protestas.
- Linda, hace dos años y medio que no tengo sexo. Me explota la leche en los huevos. -
Ella me miró como diciendo "¿Qué querés que haga?". Me excita cuando mira de esa forma y dice "no sé". Me pone loco. Es una hija de puta soberbiamente hermosa. Nunca vi otra más linda. Y no hablo solamente de una cara bonita sino que me refiero a algo que le nace de adentro, una belleza interior pero de verdad. El tiro es que estábamos sentados frente a frente en ese bar típico de Buenos Aires: mesas de madera, vidriera con logos viejos de gaseosas y mozos gallegos con cara de culo. Al final, ella se estiró boca arriba en el largo asiento de lona roja y yo apoyé mi pecho sobre el suyo. Nos miramos sin besarnos, nos abrazamos como dos buenos amigos. Después nos reincorporamos para guardar la decencia. Fue solo un sueño. Sin excusas ni elogios...
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