Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

viernes, 8 de enero de 2016

Sueños locos LII (La chica de la calle)



  Una vereda de un barrio de abandonos no muy lejos del Centro. Una avenida de tránsito pesado. Algo así como una arteria populosa cruzando la parte vieja de Pompeya o Barracas. No me acuerdo. Solamente tengo ante mí la imagen de los camiones que pasaban fuerte, que tiraban humo negro y ruidos explosivos. Las bocinas de los coches, el escándalo de las motos. Era de mañana, bien de mañana, cuando muere la noche y despierta el sol, ese momento en que hace un poquito de frío por más que sea verano. Ella dormía en un colchón. De entre las sabanas mugrientas emergían unos limpios cabellos castaños oscuros. Unos pechos se insinuaban. Yo sentado en las baldosas acanaladas color amarillo desteñido. Un amigo a los pies de la chica, con cara de idiota, contemplaba el paso de los vehículos en un estado de trance, como en un anhelo de perderse en las rutas argentinas, lejos de la mugrienta Ciudad. Éramos tres marginales, o intentos de fracasados, tres blancos jugando a ser villeros. No había drogas en esos metros cuadrados pero sí mucha alucinación. 

- ¡Quiero dormir, Alan! ¡Odio los autos! -
- Estás en la calle, flaca. Ubícate. -

  Ella se había despertado sobresaltada por el bocinazo mortal de un camión endiablado. Se quitó la sabana del rostro y mostró unos dulces ojos marrón marrón, no marrones negros o marrones verdes. Nunca vi tal marrón. Muy blanca, muy delicada, como ajena a la miseria que le tocaba, una europea caída en desgracia de Tercer Mundo. Mi amigo reía borracho y hacía gestos de estúpido. Se acomodó en la punta del colchón y se quedó congelado por la brisa mañanera, con algo de temblor, y con temor ante la aparición de las patrullas. 

  La flaca pálida salió de un buen hogar, lo sabía. Ella misma me lo confirmó, pero no me dio el motivo. Yo le estaba haciendo el aguante ahí, no podía llevarla a casa de mi madre, pero quería compartir su suerte. Mi amigo, el que se pone borracho y hace cosas estúpidas como caerse y perder los dientes, estaba con nosotros para mitigar los efectos de una espera incierta, una espera de Beckett, espera de lo que no vendrá... O sí. Con las espinas. Buenos Aires.

  Yo acerqué mi pecho a su cara y la cubrí con la mitad superior de mi cuerpo. Tuve cerca la boca del abdomen suyo. Sentí un perfume suave que emanaba vida más allá de las sabanas celestes llenas de manchas. La sentí pura. Me incorporé y le dije que siempre iba a estar con ella, por más que no pueda volver a su casa, por más que llueva, nieve, truene o caiga el sol con trompazos de fuegos veraniegos. Prometí cuidarla contra viento y marea, como dicen, como digo yo para seguir con las frases hechas y los lugares comunes donde no puedan perderse los lectores. Bueno, me planté firme. 

  Las semanas pasaban. Siempre aparecía yo con comida. La chica bien no se habituaba a ese género de vida, creo que nadie nace para dormir a la intemperie, por lo menos nosotros, los occidentales de ciudad. El indigente no es un terrible vago, todo el día panza arriba y a dormir, y perdón si cito algo que escuché por ahí, no puedo evitarlo. El pobre es pobre porque el Sistema lo empuja a la nada. Unos tienen lo que a otros le falta. Porque en algunos lugares sobra agua y en otros...

  Mientras ella esperaba que le trajera el desayuno, yo desvíe el rumbo por otros bares, por otros barrios. Me fui lejos. No la abandoné a su suerte, eso nunca. Pero me tomé mi tiempo para ver qué pasaba alrededor y más lejos también. "Otros barrios". Sentí una presencia oscura, vi que me estaban mirando pero no quiénes eran. Pude ver solamente con los ojos de la intuición. Sabía que la mafia estaba en el aire. Llegué a una calle perdida, una calle de olvido y cortadas, con agua estancada en el cordón y algún barro o tosca como imagen de una era extinta. De frente hallé a las casas bajas más perfectas de lo que son. Contemplé fachadas verdes, violetas, grises, violentas, pálidas, muertas, azules, rojas, amarillas marinas y celestes dibujadas. Muchos colores. Pero la morada de mi obsesión, de mi vista detenida, no tenía un tono definido. Era de una pintura violácea mezclada con azul y negro más algunos ribetes blancos como los que enmarcaban las ventanas grandes presas de unas crueles rejas rústicas.

  Sentí una presencia, un "no pasar". Pero pasé ante mi propio riesgo. Alcancé la esquina final, la gané con un temor de muerte. Cuando estuve del otro lado, la presión mía estaba bien abajo, de últimas. Caminé desmayado hasta una estación de servicio, a siete cuadras. Me mojé la cabeza en el baño y salí rápido para no drogarme con el olor a nafta. Pasé por una panadería y pedí algo para comer para mis amigos. Me dieron seis facturas de ayer. Agradecí con lágrimas en los ojos y partí con trote ligero al punto de inicio, al colchón tirado en la nada. 

  Cerca de las diez de la mañana, estaba de vuelta para alegría de mi amigo y mi protegida, que se habían preocupado ante mi demora. Sonreí al llegar y me excusé. Ellos tomaban mate y comían pan ante la mirada loca de unos viejos reaccionarios que nos gritaban "drogadictos" todos los putos días. El sol empezaba a hacerse sentir fuerte. Algunas gotas de sudor bombeaban las frentes amigas, besadas por Dios y la desgracia de ser argentinos. 

- Che, flaca, pasé por tu casa y creo que no podés volver. No es que quiera retenerte acá pero me parece que sería un suicidio que vuelvas. No sé. Fíjate. Te lo digo por tu bien. Te van a decir que te quiero en la calle, que te tengo envidia y que te arrastro a la ruina y no, nada que ver. Pero bueno, prefiero que terminemos de desayunar tranquilos y que hablemos bien luego del almuerzo. Vamos paso por paso, porque vos viste que es un suplicio subsistir así. Nos queda poca plata y muchos ya no nos quieren dar ni la hora. - 

- Creo que lo mejor va a ser que yo no vuelva más, no se puede. Yo también siento que no va. Mucha gente me dijo que hay algo raro, que unos tipos miran todo lo que pasa y te mandan al muere si te quedás mucho tiempo por ahí. Espero que no hayas sido tan estúpido de haberte parado más de la cuenta porque te mandan a seguir y llegan hasta donde estés para hacerte mierda. Algún día voy a recuperar lo mío, ya voy a denunciar todo esto. Pero prefiero no contarte la verdad todavía porque no quiero asustarte. No es por nada. Me tenés que entender. 

- Confío en vos, sos mi amiga. Cambiando de tema, ¿qué te gustaría almorzar hoy? 

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