¿Hay un lugar desde el que se pueda ver todos los lugares? No sé. Pero puedo decir que el mundo tiene el calor de África, el frío de Rusia, las playas de Cuba, las grandes urbes de América del Norte, el verde de Australia, la corriente de México y los fiordos de Noruega. En su diversidad, el planeta es uno. Y bien podría ser que ese uno sea yo y ese yo seas vos y que vos seas una sombra de otros y así hasta llegar a todos. En sí, no es nada que no se haya dicho antes de igual manera o con palabras un tanto diferentes. Las aguas cubren la esfera casi en su totalidad, desde el sol hasta el ocaso, desde la luna hasta el aterrizaje del amanecer. Las estrellas son las luces del cielo, obvio. Pero lo que parece natural bien debe ser repetido para crear una red de conceptos. Porque podríamos pensar que los astros que vemos por la noche son los ojos de Lucifer. Y así, ante tamaño temor, podríamos negarnos a mirar el firmamento nocturno so pena de morir infartados ante el encuentro de miradas con el ángel maligno, ¿no? ¡Incrédulos aquellos que se niegan a ver!
El Estrecho de Magallanes es el punto de partida. En sus frías aguas comencé el viaje hacia el otro lado, hacia el Océano Pacífico. Di brazadas fuertes para quitar el frío de mi cuerpo. Al tiempo, pude alejarme más y más.Un hombre me seguía desde un barco a modo de apoyo. La travesía había arrancado de la mejor manera. El fletero, el tipo de los viajes en Buenos Aires y alrededores, devino en mi "coach" para esta proeza monumental que me tracé. Las cosas de la vida. Dios es el único hacedor de milagros.
En poco tiempo, casi como si fueran solamente segundos, vi el fuerte sol que atacaba al norte de Chile por las tardes. Ya estaba llegando al Perú. Pataleaba y braceaba con todas mis fuerzas. Las aguas meridionales iban quedando atrás poco a poco. Un cielo incaico me sonreía con el perfume de tierras más cálidas. El cuerpo humano es una máquina capaz de llegar muy lejos. Mi desafío era demostrar que la voluntad cruza todas las fronteras que puedan existir.
En una parte del recorrido a nado, no sé si serán de verdad o si son animales de fábula o de mis sueños, aparecieron unos delfines que me empujaron cuando mi fuerzas estaban en merma. Ellos me sacaron a flote e hicieron buena parte del trabajo por mí. Estos amigos del mar me mostraron con su gesto lo enorme de la misericordia de Dios.
Mi jefe de apoyo logístico me esperaba en Guayaquil junto a un grupo de familiares y amigos. La cena estaba servida. El Continente es nuestro. Los pescados estaban allí en bandejas para delicia de los paladares y alegría de los corazones. De fondo, una música muy suave. Y, como si fuera poco, un dulce vino me ayudaba a descansar luego de semejante esfuerzo.
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