Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 14 de febrero de 2016

Sueños locos LIX (La loca rebelde)





 Un gran edificio de estilo inglés a mis espaldas, diría que era un campus universitario. Y yo, sobre el jardín, miraba la vida pasar. Frente a mí, una fuente de agua y algunos árboles en custodia de la vereda. Del otro lada de la calle, no sé. Sí, dirán que son impresiones vagas pero es todo lo que recuerdo. No puedo afirmar si era USA o Inglaterra. Para el caso, es más o menos lo mismo. No cambia lo esencial: academia del tipo anglosajón, es decir, una mole marrón de ventanas ojivales, mucho verde alrededor y chicas y chicos con libros en sus manos y mochilas de cuero marrón. De fondo, un cielo primaveral bien abierto a la luz del sol y a las flores que flotaban en brisas vivas. Lo sintetizo: estaba en un paisaje casi robado a Harry Potter. No fue magia. 

  A la salida de clase, el idilio de estudiar la literatura en el Paraíso, se me apareció un tipo negro muy bien puesto con ganas de romperme todo lo que se llama cara. Se movía lentamente hacia los costados, con pasos que insinuaban. Era como una pantera negra, como una fiera que observa con mucha atención a su presa. El sujeto mojaba con saliva sus labios gruesos, parecía que sufría sed de mi sangre. Se pasaba la lengua una y otra vez por encima de esos dientes blancos y perfectos como teclas de piano. Tenía hambre de mí. Me medía con la vista. Yo entré a ese baile sin gozar en lo más mínimo. Sentí el sabor de la adrenalina en los temblores que me agilizaban el cuerpo. Era un merengue que no se dejaba comer, una salsa espesa como para vomitar. Esa rumba me podía matar. Pero tenía que girar y girar. Yo miraba al afro directamente a los ojos y lo insultaba con terrible grito de guerra. Pero la perra ni se inmutaba y contraatacaba con trompadas y trompadas de infierno. No sabía cómo escapar a ese huracán del box. La historia de los cuadriláteros jamás vieron a un trompo rotar de esa forma. Era algo increíble. El Demonio de Tasmania era una tortuga al lado de esta tromba africana. ¿Qué hice yo para merecer esto? Los brazos míos recibían sendos machaques de este ágil púgil surgido de las canteras de la calle. Era un maldito perro pandillero, un loco que podía devorarse a tus hijos por sólo cincuenta centavos. 

  Estaba muy cansado de este canto a los diez minutos. Dichosos los ricos, que tienen guardaespaldas. De mi lado, siento despecho por esta traición que me hizo la vida de "nacerme" pobre. Le dije al negro, "oye, ven, vamos a bailar". Y mi pie no paraba de sacudir el pasto. En vano busqué polvo para maquillar los ojos de mi rival. En vano. Porque el césped gozaba de un mantenimiento excelente. No quiero con estas palabras hacerte sentir mal pero creo que a veces todo es dar y no recibir nada más que unas palizas. La costumbre. No pretendo amargarte pero no era azúcar lo que estaba sobre mi rostro sino gotas de sangre. Unos golpes bombeados me dieron de soslayo sobre mi humanidad y me tajearon las manos, las orejas y el costado de la cabeza. 

  "Tú no te me vas, mujer", le dijo el negro a una colorada de anteojos que veía con una enorme sonrisa como este infeliz me zurraba para el campeonato. Sí, no me había dado de lleno pero en cualquier momento podía matarme. Yo me equivoqué al aceptar pelear con él. Apenas vi a ese coso oscuro de cuerpo perfecto, debí haber huido. "Soldado que huye sirve para otra guerra". Mi respiración se me iba a parar, mamacita. Era moverse de un costado al otro, era recibir puños capaces de romper paredes. Él sabrá el porqué de tanto castigar. "Mi vida se va acabar", era escéptico al tener frente a mí una bestia de la guerra. Como si fuera poco, las patadas también formaban parte del repertorio de mi asesino. ¡Qué sorpresa! La Tierra va a temblar cuando yo terminé de contar toda esta historieta de golpazos de fuego.

"Te juro que me muero, estoy perdido y no sé qué hacer", le decía a Dios. Mientras me escudaba en mis brazos desangrados y cortados, le hablaba al Señor: "Te busqué y no te encontré. Muchas veces. Mi corazón se va a parar y me moriré. Recibe mi espíritu". Estaba agitado. El gamberro no me daba respiro. Por mucho que me cubría, por mucho que intentaba retroceder, algunos golpes sacudían mi cráneo aunque no eran impactos profundos. 

  Mi soledad, yo ante la muerte. "Todo se va a acabar", me lamentaba para mis adentros mientras el fucking nigger intentaba meterse por afuera de mi guardia maltrecha. Hubiera deseado cierta presencia en ese entonces pero todo era lejos, frío, distante. Todo eran espejos, ríos, instante. "Se siente que viene de frente el fin". Lo que no dejaban de venir eran las piñas del café y los gritos y pregones de la pelirroja. "Ya estalla la gente con el espectáculo de este hijo de puta destruyéndome". Malos bichos, hijos del demonio todos esos nerds. 

  Bueno, el mambo del negro fiera pantera parecía no acabarse nunca. Pero en lo imposible, en las tierras del no, noté frustración en el sujeto. No podía dar la estocada final, justo él, el africano que había tenido sexo con toda la facultad. "Mami, vas a ver cómo te parto a este hijo de perra", le grité a la señorita de pelo rojo. Un fuego sagrado me envolvió. Me acordé de la Argentina, de que soy descendiente de españoles, la mejor raza del mundo. Arremetí furioso contra el mequetrefe, que golpeó mis espaldas con mazazos de odio y fuerza brutal. Yo fui hacia él como un toro, con la cabeza gacha, como si quisiera embestirlo con mis cuernos. Porque todas las mujeres que se rehúsan a estar con uno, de alguna manera, te ponen cuernos. Y sí, fui de frente como un macho de las pampas contra esa entidad oscura del mal. El tipo terminó contra el tronco de un árbol. Mi hombro le apretaba el abdomen, casi no podía respirar. Acusaba el cansancio. Estaba entre la espada y la pared. Empecé a trabajarlo con golpes en los muslos mientras presionaba su zona hepática. Cada tanto, le echaba algún mordisco en sus tetillas. La camisa blanca se estaba haciendo roja por la fuerza de mis colmillos lobunos. 

  El negrito cayó muerto de un infarto. Pero eso no era el fin. En todos lados hay un pueblo o grupo que sobresale por fuerza física. Los vascos son los más fuertes de España, tipos brutos como no hay otros. Los escoceses son como ellos pero en el Reino Unido. Lo mismo con los santafesinos en la Argentina. Cuestión que un vasco loco era mi nuevo oponente. Era un tipo alto, blanco, de coleta negra y músculos de culturista. Vestía con ropa deportiva. Me decidí a adoptar la misma estrategia que había empleado para derribar al búfalo africano: esperar y resistir. Y así fue. El menso mandó varias piñas directo a mis sienes pero yo retuve todos sus impulsos en mi guardia. Conseguí amortiguar sus intentos al tiempo que lo caminaba a los costados para quitarlo de su eje. La chica de cabellos de zanahoria lo agitaba a destruirme. Pero ella no vio venir ese golpe sorpresa que la mandé al mejor estilo Sergio "Maravilla" Martínez: le di mi cara al tipo al bajar la derecha. Se confío e intentó conectar a mi mentón pero yo ya había sacudido el suyo con mi zurda. Quedo fuera de combate al instante. Perdió el conocimiento. Los paramédicos vinieron enseguida a auxiliarlo. La policía miraba sin intervenir. Algunos oficiales me alentaban a ganar la contienda bestial. 

  Finalmente, como triunfador de la jornada, la estudiante pelirroja tuvo que acceder a tener sexo conmigo. Porque la verdad de la vida es que los hombres se enfrentan los unos a los otros de mil maneras distintas solamente para poseer el cuerpo de una o más mujeres. Ella no quería acostarse conmigo pero sus donceles se vieron disminuidos por mi tenacidad, mi empuje y mi esfuerzo. Así que ella se desnudó en el pasto, apoyó su espalda en esa hermosa alfombra verde y yo me tumbé sobre ella. Típica pose del "misionero". Parecía algo convencional en principio pero yo le di con mucha fuerza. Ella gimió como una hembra selvática. Luego intentó en vano abrazarme y besarme. Después de haber acabado, lejos de decirle algo lindo, la escupí y la insulté por haber apoyado a mis rivales. Ella quería verme muerto. Yo simplemente salía de la universidad con la intención de comer una maldita salchicha. Vaya uno a saber por qué esa perra me quería cadáver. 


  Al final, yo tomé una bandera argentina y grité bien fuerte: "¡Yo soy un tigre!" La pelirroja lloraba al verme victorioso. Los policías me felicitaron por haber noqueado al vasco y por haber matado al negro, que era un vendedor de drogas y se valía de las debilidades de los estudiantes. De la nada, me convertí en el héroe del día y en el defensor de toda la comunidad. Algunos me propusieron ser Sheriff o participar de las elecciones del condado pero esa es historia para la próxima. Lo importante es que castigué a los rebeldes, agitadores y revolucionarios. Y la chica comunista se lamentó como una idiota por haber apoyado al bando equivocado. Fue justicia.

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