Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

viernes, 25 de marzo de 2016

Sueños locos LXII (La novia de la muerte o La chica monto)





 Fácil. Estaba en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, "Puán" para los entendidos. Segundo piso. Recién salía de un teórico. Me fui a comprar un café en el bar de Carlos, un viejo amigo de todos los estudiantes, una gran persona, un tipo simpático y muy amable. Yo estaba solo, como la mayor parte del tiempo. Algunos compañeros y compañeras pasaron y me saludaron efusivamente. Todo muy lindo salvo la larga cola para comprar mi merecida merienda. Era una tarde hermosa de sol en pleno otoño. La luz pasaba victoriosa en medio de la maldita propaganda comunista que siempre tapa nuestros benditos ventanales; una marea roja de afiches cubren eternamente paredes y todo espacio vacío que haya en el edificio. Horror vacui de los marxistas. 

  Una profesora, no sé cuál de todas, vino a hablarme mientras yo hacía la fila para comprar un café con tres facturas deliciosas de dulce de leche. Al menos, eso es lo que quería. Tenía que llegar y ver si todavía quedaban con dulce. Siempre se llevan las mejores y dejan las peores, siempre igual. Sospeché que la profe no quería mi conversación sino adelantarse algunos lugares en la cola y comprar ella también. Fenómeno. Yo estaba entretenido viendo sus tetas. Ella se dio cuenta. Yo era muy obvio. Pero nunca dejó de sonreírme y de elogiar mis intervenciones en clase, mis monografías y mi sonrisa. Yo estaba colorado. No podía más. Tuve miedo de que estalle mi pantalón a la vista de todos. Una explosión lechosa es un acto terrorista que el terrorismo hembrista puanense no olvida ni perdona. Me contuve. No iba a dar lugar a al genocidio simbólico que es darle rienda suelta a "la cultura de la violación" en mi mente. No soy pasto para esos buitres que son las feminazis.

  De la nada, como una aparición divina, se hizo presente una chica monto muy bonita, una rubia de incipientes tetas y cola redonda; una rubia de patitas cortas y sonrisa permanente. Siempre me fascinó la blancura del rostro. Se podría decir que jamás conoció el sol. Una peronista que huía de los domingos al aire libre. Estos son los efectos del "entrismo" marxista en nuestras filas: gente que fuma y que odia los deportes. Ella me miró fijo. Me estaba buscando. "Vine por vos, Alan". La profesora la miró sorprendida, no sin cierta dosis de celos. "Yo soy la novia", dijo, con sequedad, mi compañerita. En verdad, nunca tuvo nada conmigo. Mentía. Pero yo me sentía feliz con esa mentira. Todo el mundo la creyó. Figuré como el joven más lindo de la facultad. Ella me exaltó. Pero en el fondo yo estaba un poco dolido: la tuve una semana de amiga en Facebook y me eliminó. Recuerdo que le pregunté cómo le fue en una materia. Cometí el error de hacerlo en su muro. Luego había escrito: "Gracias a Dios, yo me saqué un diez en el final". Y bueno, no faltó la idiota atea kirchnerista que me defenestró en sus comentarios blasfemos. Me puse en cruzado. Terminé como un loco fanático en un país de falsos y mentirosos, un país que es papista cuando le conviene, un país papista para las fotos. No olvido cuando el Kirchnerismo era la avanzada del anticlericalismo mundial. Luego, con Francisco, el movimiento de Cristina Kirchner se volvió el gran defensor de la fe y de la Iglesia.

  Yo no huí ante el llamado de la señorita que me buscaba con semejante alegría nacional y popular. Dije "con fe, con esperanza", luego de acercarme unos pasos. No hubo besos. Menos que un beso de novios, casi de lengua, podía denunciar mi falsedad. El saludo distante era mejor que rozar su mejilla y quedar como el tonto de América. Mi Sciolismo los exasperó a todos. Siempre digo que Daniel Scioli es el sol naranja que iluminó mi vida para siempre; lo amo, sí, lo amo con todo mi corazón. Fue una de las tres mejores cosas que me pasó en la vida junto a mi amistad con la Virgen Atea y mi conversión al Catolicismo a la edad de 16 años (algunos bolches fatales me dirán que entonces tuve una vida de mierda pero yo les digo que se pueden ir a cagar porque conocer a Dios es lo mejor que le puede ocurrir a un ser humano. Y lo mismo digo de mi amiga sagrada y del Presidente que no pudimos tener por culpa de Clarín). No me voy a cansar de decir que quiero una Argentina "activa como nunca". Tampoco me voy a cansar de decir que Sergio Berni es un gran hombre. Pero bueno, allí estaba la rubia y yo no podía volver sobre mis pasos. Vino a buscarme a mí, sí, a mí, al peronista de Perón que no quiere trapos rojos ni locos malos que anden por ahí haciendo maldades del demonio. El mundo me miró, la Tierra entera paró de girar justo a las tres de la tarde, la hora en que Cristo falleció para luego renacer con más fuerza todavía.

 - Alan, ¿vos no te habías anotado para hacer las visitas de estudiantes a la cárcel? -

  Era verdad. Por curiosidad, me anoté para ir a enseñar literatura en la cárcel. Yo soy de Villa Lugano, se sabe, y siempre dije que soy de barrio. Entonces no me pueden venir con chiquitas del zurdaje de que los chorros son pibes buenos, no señora. Pero una vez una profesora me cachó con gran habilidad. "¿Alguna vez visitaste una cárcel?" Yo le dije que Lugano 1 y 2 es una tumba pero no es lo mismo, nunca es lo mismo. Tenía que borrar esa mancha de mi historial e ir a buscar qué decir ante aprietes semejantes. Nunca hay que dejarse matar por un progre, nunca. Si he de morir, qué sea en manos de gente grande, no de mequetrefes mal habidos en la viña del Señor.

  Al final, no tenía que encerrarme en la Cárcel de Devoto. La habían trasladado al aula 250. Caminé lentamente por el pasillo escoltado por mi rubia beldad. Marché con la cabeza en alto. Pero por dentro tenía miedo. ¿Cómo hablar de literatura ante un auditorio de bestias salvajes dispuestas a todo por escapar? Temí por mi vida. ¿Qué hubiera pasado si, aprovechando la visita, se amotinaban violentamente y huían? No había presencia del Servicio Penitenciario ahí adentro. Los camiones celda estaban en la puerta. Los vigilantes comían, dormían o miraban pasar los culos de las chicas de la facultad. Tenían prohibido ingresar al edificio así sea para ir al baño. Algunos estudiantes pasaban e insultaban a los candados de las libertades ajenas. La situación era muy desagradable. Yo me sentí preso al ser conducido ante tan peculiares visitantes. Lo único que en verdad me satisfizo era saber que iba a poder jactarme ante los izquierdistas de semejante vivencia...

jueves, 17 de marzo de 2016

Sueños locos LXI (New Life o Sexo bajo presión)

  



  En el jardín. Pileta y parrilada. ¿Qué más pedirle a la vida? Tenía nuevos amigos; era otro lugar, un lugar seguro lleno de sol donde se respira libertad y donde los hombres son valientes, una tierra en la que no mandan los delincuentes, donde la justicia es ley y el delito es severamente castigado. En la casa, grande, de dos pisos, color blanco y techo a dos aguas color verde,  la música rock sonaba con potencia, la  tarde era hermosa. Yo seguía sumergido. Los chicos me saludaron todos efusivamente. A pesar de medir casi uno ochenta, ellos eran más altos. Me decían "Filósofo". Me preguntaban todo. Hermosos muchachos pero un poco perdidos en el mundo.

  Me pidieron que a uno de ellos le haga "gancho" con una de las chicas que estaban en el jardín de al lado, del otro lado de la reja de madera. Yo me acerqué a una rubia esplendida y traté de hacerla reír para meterla de lleno con mi amigo. Tanto le hablé que cedió. Además, el muchacho en cuestión era muy guapo, imposible que alguien lo rechazara. Bronceado, musculoso, de ojos celestes y sonrisa cegadora. Un perfecto partido para el altar, la cama o un trabajo cualquiera. 

  Luego de eso, entre una hamburguesa y otra, y algunas cervezas, no voy a mentir, todos me pidieron que usara mi lengua veloz para generar enlaces. Le conseguí chicas a mis quince amigos. Sólo faltaba yo. Pero en verdad me sentía bien con el día así, lleno de sol, comida, bebida, vistas bonitas, paz y seguridad, todo lo que un ciudadano que paga todos sus impuestos puede querer. Imposible no ser feliz de esta forma. Todo iba bien. Tenía una vida llena de ejercicio y libros pero con algunos días de excesos alimenticios. Así y todo, no había mañana o tarde en la cual no entrenara. Quería estar siempre en forma. El hombre debe estar preparado para la guerra. Porque la paz se defiende en combate, muchas veces lejos de casa.

  La noche estaba lejana. El humo de las hamburguesas crecía cada vez más. Nadie podía parar de comer. Los vecinos pasaban con sus perros y nos saludaban con gran cariño. El escenario perfecto para un buen descanso dominical. Los chicos y las chicas, entre un bocado y otro, se besaban, bebían, reían y festejaban la eterna amistad, el amor, la primavera y todo lo demás. Los padres del anfitrión no estaban en casa. Creo que habían ido a pasar un día de campo lejos, con la hija menor. Tomar cerveza hasta quedarse dormido era posible. No había límites. Yo los miraba a todos divertirse y me divertía con ellos. Era el héroe de la jornada, el San Valentín de la fiesta. En una parte de de la tarde, me dispuse a dormir un poco en una silla. Pero me tiraron agua helada en el cuello y me despertaron. Mi sobresalto fue la risa de los presentes. Reí también para no ser aguafiestas. Me filmaron y me sacaron fotos con sus teléfonos. Las muchachas me palmeaban el hombro y los varones me dieron piñas en el brazo, un saludo de camaradería y fraternidad. Era el alma del grupo y me lo hacían sentir en todo momento. Me abrazaban y coreaban mi nombre. Uno contó una anécdota muy curiosa: la vez que le salvé el pellejo de un rapero que quiso matarlo. Él se había metido en un barrio bajo para comprar un poco de hierba, tú sabes. Pero se topó con el tipo equivocado: Big Dad quería quitarle el poco dinero que le había quedado y la mercancía. Yo pasaba por allí en otro maldito día de entrenamiento, corría para ser el mejor en el equipo de la universidad. Todos los días uno debe superarse. Al ver que mi compañero estaba en problemas, me arrojé sobre el cuello de mi adversario y luego, una vez en el piso, lo pateé bien fuerte en la cabeza y nos fuimos a toda velocidad. Nunca más pasamos por allí. Ese maldito cabrón debió quedarse muy resentido luego de semejante paliza. Nos había gritado "¡Bastardos! ¡Malditos novatos! Ya van a volver por aquí, hijos de perra. Les volaré los sesos, maldita sea!"

  Como esas, mil historias de golpes y peleas en bares, en gasolineras, discotecas y otros sitios. Éramos un clan, una hermandad. El grupo ante todo. Bromeábamos con ser el "Imperio Invisible". Las chicas se reían de nosotros y nos censuraban. Uno que estaba borracho tomó unas sabanas blancas y comenzó a jugar a los fantasmas. Morimos de la risa. Hubo algunos gritos en el vecindario al ver un juego tan infantil pero no pasó a mayores. Una patrulla vino a ver qué pasaba pero se fue no sin antes tocar bocina. Nos creíamos inmortales. Creo que nada podía perturbar mi paz. No era la ruidosa Buenos Aires, con sus ladrones que proliferan como ratas o cucarachas. 

  Pero nada es perfecto. Una feminazi se hizo presente para molestarme. Una chica delgada, muy delgada, pálida, de ojos castaños y cabellos del mismo color, me dijo: "Alan, ¿te parece bien el sexo bajo presión?" Dudé. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Ella estaba en la fiesta o vino de otro universo? Volví a dudar. ¿De dónde salió? Creo que estaba borracho. No supe qué decir en ese instante. Pero luego reflexioné y le contesté que yo no obligué a nadie a tener sexo. Se calló. Las jóvenes que allí estaban la trataron de loca, feminista, bruja, comunista, amargada, resentida, fea, estúpida. Los chicos querían invitarla a la cama con sus recientes conquistas. Algunas señoritas se le insinuaban luego de haberla insultado tan duramente. Tom, el gran Tom, me dijo: "Oye, esa chica es tuya, hermano. No la dejes ir". Yo asentí. Todos nos rodeaban. Pedí, con un leve movimiento de cabeza, que siguieran en lo suyo. Quedamos solos. Nos miramos. El silencio se prolongó largo tiempo. Puse mi mano sobre su rostro. Ella la tomó y siguió con su mirada intensa sobre mis ojos a mil por hora. Me fui acercando con mi boca hasta la suya. La besé. Luego la abracé. Le dije que no me importaba que me dijera "sexista" o "patriarcal"; le dije que era mía, que me pertenecía por siempre y que me debía respeto. Intentó resistirse pero yo le dije que no jugase, que hablo en serio. Volví a abrazarla. Le ofrecí la oportunidad de irse de mi lado pero se quedó. Volví a insistir para que se vaya, si tal era así eso de las hembristas libertarias. No fue psicología inversa sino un plebiscito de la voluntad. Me preguntó qué va a ser de nosotros. Contesté que "siempre voy a estar acá." Cerró los ojos, suspiró y apoyó su cabeza en mi pecho, mientras yo acariciaba su cuello, su pelo.

  Pasamos a una de las habitaciones, una de tantas que tenía esa casa. Le quité la remera verde de mangas cortas con una inscripción en letras blancas adelante, en inglés, claro. Era discreta para vestir. La remera era de cuello redondo. El pantalón negro ajustado  le marcaba el trasero, bonito trasero por cierto. Me tiré encima de ella y la penetré con mucha fuerza. Me tomó de los brazos y gritó muy fuerte. En el jardín, todos oyeron eso, la imitaron, rieron, aullaron, aplaudieron y tiraron latas de cerveza contra la fachada. Una ventana se rompió. Las risas estallaron con más fuerza. La música había dejado de sonar hace rato. El punk adolescente había callado para oírnos a nosotros sacudir los cimientos del hogar. Yo había acabado luego de un tiempo. Ella tomó la iniciativa. Jugaba a ser vaquera en el Lejano Oeste. Se tocaba las tetitas y luego ponía sus dos manos abiertas en mi pecho y llevaba el cuerpo hacia adelante y hacia atrás. En un momento, puso los brazos detrás, se apoyó en las plantas de los pies y me mostró todo lo que estaba pasando. Observé de lleno nuestras geografías y sus fronteras. Gimió varias veces. Los ruidos afuera crecían con cada signo de excitación de ella, que luego se puso en perrito. La voz suya se elevaba cada vez más. Después vino el 69 y no hubo tanto griterío. Pero afuera pedían más. Me trataron de blando. Me abucheaban. Preguntaban si la feminazi no me había cortado el pene. Finalmente, con ella tendida boca abajo, la tomé por atrás y el placer suyo se entremezcló con el dolor usual en esos actos y la apoteosis fue mayúscula. Las escaleras sonaban como si un regimiento estuviera asaltando la propiedad. El segundo piso fue copado por chicos y chicas que querían ser parte de nuestra fiesta. "¡Abre esa maldita puerta!" Entraron todos, filmaron. Mi compañera se escondió debajo de una sabana y río. Yo quise meterme debajo de la cama pero los muchachos me levantaron en andas y me llevaron a la pileta. Luego, con una manguera, me dejaron la espalda hinchada de tantos azotes. Las chicas me besaron y me pidieron que les haga lo mismo que le había hecho a ella. Yo me ruboricé. A ninguno parecía importarle que yo tocase a su amiga. La mía creo que se quedó en la habitación con alguna bisexual. Era de noche ya. No daba más. Un sueño de verano.

  Al despertar y ver que las cosas no son así para mí, me hice tres o cuatro pajas al hilo. Durante el día hice otro tanto. Pero también fui a correr. Porque hay que estar bien fuerte. El crimen organizado puede ir a matarte cualquier día de la semana, vos sabés cómo es esto. Te quieren bajar los vagos. Por eso hay que salir a correr siempre, hacer lagartijas y todo eso. 

domingo, 6 de marzo de 2016

Rebuscadas

  


  Con el miedo en la frente. El mar golpea las mañanas con sal y con besos de hierro porque todo lo que se cree se devuelve a las redes de una farsa hecha canciones, una farsa que vuela pero que no deja volar. Los purgatorios son papeles que se acumulan, papeles que se hacen barcos y aviones para bombardear la moral de los débiles. Ahogos.

  Hay una parálisis momentánea. ¿Hay que entremezclar silencios con estas declaraciones encubiertas? ¡Falsos mundos se atraviesan entre los cielos y la mirada! Y el que se precia de lúcido no se da cuenta de que hay colores que no han sido vistos por nadie. ¿Quién se metió en los ojos de Dios para contemplar todos los vértices del universo? Las huellas de los ángeles se despliegan allá donde la gente nunca está sola, donde se escribe otra página, sin tantos diccionarios, sin ficciones compradas al que se tragó la luz para satisfacer su estómago. 

  La búsqueda sin césar. Entre tanto mar de tiempo y flujos perfectos, la soledad se dibuja oasis, ocaso, beso y gusto por la justificación de un saberse perfecto. No hay dolor sino un estar natural. Ese sentir es para quedarse bien frente a las arenas iluminadas por plata y estrellas, palabras de un Evangelio invisible, un Evangelio que no lleva palabras. El espíritu puede percibir ese lenguaje alejado de los necios. Las dulzuras que no buscan paladar, tan sólo vidas.

  El retiro del sentido es para evitar la muerte sobre esta tierra. No es para creer que es un morirse el entremeter bocados de nada, al contrario. Todo este ejercicio sirve para revitalizar un poco los párrafos estos que constituirán parte de la gran biblioteca de la eternidad. Cuando llegue el Fin de los Tiempos, habrá un listado con todas las obras escritas en este mundo. Y allí leeremos todo lo que otros han escrito, todo lo que nosotros hemos escrito y, tal vez, con mucha suerte, podamos leer lo que pudimos haber dejado en un papel, todas esas buenas ideas abortadas en una mente invadida por químicos y mala vida, tiranía de la carne que no puede dejarse trascender. La palabra es un signo de algo más. Va a llegar lejos todo eso que alguna vez vamos a ver como un paisaje. Los libros se van a acumular en forma de montañas e iremos escalando en ellas hasta llegar a ver a Dios. Y diremos, con gran sensatez, que todo el hacer humano tuvo por finalidad alcanzar el rostro divino. Incluso aquello que pareció contrario al Señor. Es inevitable la grandeza del Altísimo. 

  Y no hay noches ni calor que envuelvan los sueños que escaparon de mi imaginación. No hay que sentir el perder la razón como una desgracia si es que esa apertura a otras formas de mirar se da en el lugar correspondido. Porque puede que el aflorar de todo el entendimiento se dé justo cuando es necesario abrirse para no quedarse en punto muerto, muerto. Sin decir adiós, hay que reírse de esos planes, de esos labios mentirosos, de esos lenguajes completos, de esos amores de enero gastados en muchas vidas que se desperdician por allí en forma de penas. Todo es correr y dejarse recorrer por un sentimiento soberbio de confianza plena y resplandor de lluvia transparente a mil.

  La distancia no es agonía. Es vida. Es correr pleno por las estaciones de luz y sombra, bajo árboles de todas las hojas, árboles presos de su encanto y de la secreta vanidad de adornar las tardes recorridas por muchos. La felicidad está en hacerse viento y no dejarse acaparar por las acciones de la mentira, las habladurías y la difamación. Lo bueno roza la cara a cada instante, como cuando los párpados se abren de golpe y encuentran un sol más hermoso que esa locura oportuna de renunciar cuando todo parece devenir infierno, encierro y resignación. Hay caminos que no parecen pero que son los que llevan a la boca de un río que lava todas las penumbras que oscurecen las novelas de días gastados, días tan azules pero traicionados en los cafés amargos de radios abrasivas. 

  Esperar. Comprobar que hay un atardecer que no se pudo hacer eternidad, una sonrisa que no pudimos secuestrar para siempre. Entonces se ve claro que todo pasó para escribir un poco. Hacerse un ángel sin pensar en nada más. Tomar las piedras del corazón, abrir el pecho, extender las alas y regalarle al mundo una estatua de mujer que puede ser adorada por todos y por muchos, por todos los hombres para el olvido de sus pecados; tarea de Dios el perdonarlos, magia de ella el hacerlos desaparecer de la vista. Y de nuevo y ahora el mundo se transforma, las balas se hacen monedas para comprar el pan del porvenir. Y estas letras quedan muertas en el acampe que hasta al mismo cielo paralizó. La definición por penales parece que nunca irá a acabar porque el palo atrae con magnetismo sin igual esa pelota posesa de una estúpida vanidad de ser estrella estrellada bajo una platea de miradas morenas, azuladas, espejadas y abrillantadas. Nadie puede decir cuándo va a terminar. Los jugadores van a morir sin que haya ganado ninguno de los dos equipos. O eso parece. Los imposibles posibilitan una vida mejor.