Con el miedo en la frente. El mar golpea las mañanas con sal y con besos de hierro porque todo lo que se cree se devuelve a las redes de una farsa hecha canciones, una farsa que vuela pero que no deja volar. Los purgatorios son papeles que se acumulan, papeles que se hacen barcos y aviones para bombardear la moral de los débiles. Ahogos.
Hay una parálisis momentánea. ¿Hay que entremezclar silencios con estas declaraciones encubiertas? ¡Falsos mundos se atraviesan entre los cielos y la mirada! Y el que se precia de lúcido no se da cuenta de que hay colores que no han sido vistos por nadie. ¿Quién se metió en los ojos de Dios para contemplar todos los vértices del universo? Las huellas de los ángeles se despliegan allá donde la gente nunca está sola, donde se escribe otra página, sin tantos diccionarios, sin ficciones compradas al que se tragó la luz para satisfacer su estómago.
La búsqueda sin césar. Entre tanto mar de tiempo y flujos perfectos, la soledad se dibuja oasis, ocaso, beso y gusto por la justificación de un saberse perfecto. No hay dolor sino un estar natural. Ese sentir es para quedarse bien frente a las arenas iluminadas por plata y estrellas, palabras de un Evangelio invisible, un Evangelio que no lleva palabras. El espíritu puede percibir ese lenguaje alejado de los necios. Las dulzuras que no buscan paladar, tan sólo vidas.
El retiro del sentido es para evitar la muerte sobre esta tierra. No es para creer que es un morirse el entremeter bocados de nada, al contrario. Todo este ejercicio sirve para revitalizar un poco los párrafos estos que constituirán parte de la gran biblioteca de la eternidad. Cuando llegue el Fin de los Tiempos, habrá un listado con todas las obras escritas en este mundo. Y allí leeremos todo lo que otros han escrito, todo lo que nosotros hemos escrito y, tal vez, con mucha suerte, podamos leer lo que pudimos haber dejado en un papel, todas esas buenas ideas abortadas en una mente invadida por químicos y mala vida, tiranía de la carne que no puede dejarse trascender. La palabra es un signo de algo más. Va a llegar lejos todo eso que alguna vez vamos a ver como un paisaje. Los libros se van a acumular en forma de montañas e iremos escalando en ellas hasta llegar a ver a Dios. Y diremos, con gran sensatez, que todo el hacer humano tuvo por finalidad alcanzar el rostro divino. Incluso aquello que pareció contrario al Señor. Es inevitable la grandeza del Altísimo.
Y no hay noches ni calor que envuelvan los sueños que escaparon de mi imaginación. No hay que sentir el perder la razón como una desgracia si es que esa apertura a otras formas de mirar se da en el lugar correspondido. Porque puede que el aflorar de todo el entendimiento se dé justo cuando es necesario abrirse para no quedarse en punto muerto, muerto. Sin decir adiós, hay que reírse de esos planes, de esos labios mentirosos, de esos lenguajes completos, de esos amores de enero gastados en muchas vidas que se desperdician por allí en forma de penas. Todo es correr y dejarse recorrer por un sentimiento soberbio de confianza plena y resplandor de lluvia transparente a mil.
La distancia no es agonía. Es vida. Es correr pleno por las estaciones de luz y sombra, bajo árboles de todas las hojas, árboles presos de su encanto y de la secreta vanidad de adornar las tardes recorridas por muchos. La felicidad está en hacerse viento y no dejarse acaparar por las acciones de la mentira, las habladurías y la difamación. Lo bueno roza la cara a cada instante, como cuando los párpados se abren de golpe y encuentran un sol más hermoso que esa locura oportuna de renunciar cuando todo parece devenir infierno, encierro y resignación. Hay caminos que no parecen pero que son los que llevan a la boca de un río que lava todas las penumbras que oscurecen las novelas de días gastados, días tan azules pero traicionados en los cafés amargos de radios abrasivas.
Esperar. Comprobar que hay un atardecer que no se pudo hacer eternidad, una sonrisa que no pudimos secuestrar para siempre. Entonces se ve claro que todo pasó para escribir un poco. Hacerse un ángel sin pensar en nada más. Tomar las piedras del corazón, abrir el pecho, extender las alas y regalarle al mundo una estatua de mujer que puede ser adorada por todos y por muchos, por todos los hombres para el olvido de sus pecados; tarea de Dios el perdonarlos, magia de ella el hacerlos desaparecer de la vista. Y de nuevo y ahora el mundo se transforma, las balas se hacen monedas para comprar el pan del porvenir. Y estas letras quedan muertas en el acampe que hasta al mismo cielo paralizó. La definición por penales parece que nunca irá a acabar porque el palo atrae con magnetismo sin igual esa pelota posesa de una estúpida vanidad de ser estrella estrellada bajo una platea de miradas morenas, azuladas, espejadas y abrillantadas. Nadie puede decir cuándo va a terminar. Los jugadores van a morir sin que haya ganado ninguno de los dos equipos. O eso parece. Los imposibles posibilitan una vida mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario