La otra vez, un circo: el hombre serio, hombre que peina canas, hablaba de polleras, manoseos, dichos y otras vulgaridades en la época prehistórica de su adolescencia. Salió a pasear como rey desesperado por todo el tablero. Jaque por todos lados. Pero se supo defender y, lo que podría haber sido mate, terminó en tablas, te y bizcochitos. Todo este papelón beige se dio como consecuencia de alguien que movió las hojas amarillas y blancas cuando todo estaba tranquilo, quieto, callado como un árbol añejo. Las aguas empezaron a volar para todas partes y el maldito remanso de paz se convirtió en una guerra muy divertida. Hubo varios muertos, cosa que es de lamentar. Pero la ametralladora era la guitarra eléctrica que tocaba la canción favorita de nuestra civilización y eso estaba bien. Mientras los aviones caían como mosquitos, el canoso seguía improvisando su vil espectáculo de igualación del mundo y el sentido común. Pese a todo este entramado de infiernos, el reloj estuvo allí para finalizar la partida. De la nada, sequedad en los sonidos, brevedad en las miradas, volatilidad en la sangre y rápida capacidad de olvido, al menos como expresión de deseo.
Toda esa parafernalia de monstruos bastardos no sirvió para amedrentar al héroe, que supo rescatar la corona de laureles cuando parecía que iba a parar derechito al estofado ajeno. Todo salió bien. La operación fue brillante. La clave es entrenar muy duro, correr fuerte, hacer ejercicio y resistir la fatiga, la maldita fatiga. Ella es la gran enemiga de los hombres, es una mujer que siempre viene a boicotear cualquier hecho que se emprenda. Entonces, con el sol como linterna, tenés que rechazar a esa dama de tinieblas y párpados caídos. Ella es una gran acosadora que no admite denuncias en su contra. Rompe las bolas de cristal y salta los sesos de los que mueren todas las noches en su lecho impuro por la corrupción albina.
Alguien dijo que el héroe iba a alcanzar una victoria perfecta. Fue una expresión irónica. El envidioso quería ver caer al hombre pero se hizo realidad lo que pronosticó: lo imposible se desplegó con la magnificencia del alba y el vulgo ruin se tuvo que hacer silencio o eco de sus lamentos eternos. Porque el que triunfa es el varón que pone lo que hay que poner, no el tonto que de tanto llorar parece la sirena de los bomberos...
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