La última madrugada
fui a interrumpir mi soledad a fuerza de burbujas y de bellas brujas. Por
fuerza de hechicería, me encontré con las montañas de mi otrora amada ahora trasplantadas
a otra. Fue raro verla cabalgar una mentira como si anduviese como perro por su
casa.
Horas y horas perdía el reloj de arena mientras mi mente se hacía polvo y no hablo de cocaína: hablo de cuando uno está tan en su cuerpo que de un momento a otro se pone fuera de sí al caminar el corazón por los techos de la habitación.
De esta muerte tan vívida puedo decir muchas cosas ya que la tengo muy fresca por ser ella tan reciente. Lo que más me impactó es como se repiten los patrones de las miserias humanas. Desesperación que se hace carne para poder ser peor todavía.
La miseria es cosa seria pero no vale la pena hablar sobre lo que se ve en las calles. Lo oculto es la unidad de esencia que tiene toda cosa: ella parece nueva pero es la más antigua del mundo. Así, cada amanecer es tan viejo que es eterno y si es eterno es nuevo porque aquí todo es efímero y no dura lo que una mariposa en el aire.
Jugo de manzana por un lado y cebada por el otro hicieron las delicias de mi diversión psicodélica. Todo ello más el agregado de una sombra danzante tan loca como yo. Esto se llama saber actuar porque todo es una mentira en este mundo comprado por los bancos y su oro omnipotente.
Saltos, succión y gritos ahogados. Esto se vive a la hora de morir el uno por el otro. Algunas veces duele y otras muchas agrada y degrada como nada en el mundo. Es como el dormir: pesadillas y sueños duermen bajo un mismo techo de osamenta y piel.
A todo lo que digo hay que multiplicarlo varias veces buscando siempre distintas formas de verlo y de ejecutarlo. Al final, luego de todo el esfuerzo, uno deja de ser uno porque ya se ha ido el alma para no volver jamás (salvo una buena ración de alimento que devuelva el soplo de vida al cuerpo).
Cuando salí a las calles vacías, me encontré con qué era un hombre solo: no había nadie salvo este ser que escribe su flagelación. Siempre un iluso que al despertar quiere volver a morir en la almohada. ¡Danza sensual de las árabes: explotá conmigo esta noche!
Lo más triste de todo es que tomé el subte y al mirar el reloj una hora después, me encontré en la misma estación: el viaje lo hice varias veces ida y vuelta porque me había quedado dormido. Por eso dicen que siempre se vuelve. ¡Sí! Siempre se vuelve a la escena del crimen.
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