Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

martes, 5 de julio de 2016

Sueños locos LXX (Организованная преступность в России)

 

 Buenos Aires parece que tiene problemas crónicos con el tránsito. Por mucho Metrobus que hagan, nada es lo mismo sin subte. La avenida estaba insufrible. Los bocinazos de esa tarde fueron feroces, como rugidos de fieras artificiales. Como si fuera poco, la sirena de los patrulleros y las ambulancias hundían a los hombres en el mar de la desesperación: policías, ladrones y víctimas luchaban por salvar sus miserables vidas bendecidas por un sueldo de pan y agua en una época muy mala. Sangre bajo el sol blanco del inverno. Y muchas lágrimas, lágrimas frías y silencios prolongados por parte de Dios. No puedo decir que iba caminando en mi mundo porque mentiría. Si alguien se abstrae de semejante espectáculo urbano, una de dos: o es un hijo de puta o es un idiota. O, por qué no, es las dos cosas a la vez. En ese enredo de hospital, comisaría, quiniela, kiosco, humo, colectivos, tiros, trompadas, viejos verdes, cornudos, putas y afeminados, me pareció ver la lucha eterna entre el Señor y el diablo por las almas. Se notaba el trabajo de las potestades del aire. Bah, yo lo percibía con claridad. Más cuando caminaba por la sombra. Las sombras son matices que vienen de la noche y que intentan ganar el día desde adentro, se infiltran en él para contaminar todo con su esencia arpía y cobarde. Ante este panorama caótico, mis sentidos a mil.

  Lo bueno que tiene la Ciudad de Buenos Aires es que todavía persisten zonas de casas bajas donde se insinúa cierto aire de tranquilidad y recogimiento. El marido de la Virgen Atea se había ido a vivir a un lugar así. Creo que era por Villa Puyrredón, no me acuerdo bien. Mi periplo había arrancado en el fragor de la locura urbana pero poco a poco me fui perdiendo en la calma. Siempre lo dije: amo caminar. Puedo ir del Centro a Belgrano como nada. Incluso puedo llegar a Lugano partiendo de Caballito. Me sé mover. Conozco. Tengo mucho andar, a Dios gracias.

  Yo anduve mucho. Sí, anduve mucho hasta alcanzar la casa del esposo de la Virgen Atea, mi gran amiga. Ella ya se había ido. No lo dejó, eso jamás. Se fue a Europa a hacerse la linda, vanidad de mujeres. Pese a su cabeza viril, tiene esa cosa de ser la flor más bella de bosque y de querer caminar feliz por París y Londres y sentirse la Reina Victoria, esa gran mujer de belleza femenina y mentalidad macha. El hombre de los bucles rubios no extrañaba a su compañera. Es un tipo liberal, no se siente dueño de nadie. Tal vez fingía esa soberbia para mostrarse grandioso ante mí, capaz de ser alguien malo, solitario y reacio a los sentimientos. Un espectáculo de emociones y miradas llenas de energía y luz. En fin. Yo tenía dinero para comprar un vino y algo para picar, por ejemplo, unos fiambres o unas sardinas. Pero no había nada abierto. Ahí, en ese punto de Baires, la hora de la siesta es sagrada, realmente. Barrio de viejos. 

  Iba caminando con gran alegría por haber huido del bullicio de las avenidas cargadas de féretros móviles  manejados por los mismos muertos. En ese instante de suprema paz, respiré hondo y miré al cielo que se colaba entre las ramas de los árboles altos que me circundaban. No sé. No quería tocar el timbre, recorrer esos pocos metros que me faltaban para llegar. Me tenté de decirle a mi amigo de ir a tomar algo afuera pero él estaba cansado. Quería jugar ajedrez y que lo ayude a acomodar algunas cosas en la casa. La mudanza no había terminado del todo. No podía negar un favor. Él me ha hecho tantos, tan hermoso con sus ojitos celestes y ese cuerpo perfecto hecho a base de sexo desenfrenado. Tiene sus cositas, sus rayes, como todo ser humano. Pero es bueno. 

  Toqué el timbre pero mi amigo no respondía. No quería quedarme mucho tiempo como un idiota contemplativo. No sea cosa que un ladrón entre conmigo ahí. Golpeé las rejas del garage pero no me había oído. Vi que estaba el auto. Ahí me tranquilicé. Pensé que había ido en vano. Yo no dije bien a qué hora pensaba llegar. El que tampoco dijo nada sobre su horario fue Ivan, el capo de la mafia rusa en la Argentina. El colorado, medio pelado, con manchas en la cara, venía hacía mí con paso rápido. Me quería secuestrar. Yo había sido amenazado. Me dijo que si seguía con mis denuncias a organizaciones criminales, me iba a torturar y a quitar todos los órganos. Sabía muy bien que el tipo no me iba a dar una muerte banal con un tiro seco y sin gracia. Me tenía reservado una tortura soviética. Me asusté como nunca en mi vida. Yo lo había investigado al enfermo ese e hice todo lo posible para que lo deporten. Nos cruzamos una vez en un juzgado. Ahí fue que me advirtió sobre mi final lento y doloroso. El fiscal lo oyó y no osó decirle nada. Los policías callaron. Soy el único que tuvo las bolas para discutir con ese intocable en este puto país.

  Milagro de Dios: el esposo de la Virgen Atea vino corriendo al oír mis gritos de "¡Auxilio, me quieren secuestrar, policía!" y me abrió rápido el portón de vidrio cruzado por rejas metálicas grises. Yo pasé por al lado del coche blanco cuatro puertas y me fui directo al comedor. Ivan quiso entrar pero mi amigo, con gran valentía, le cerró la puerta en la cara. El ruso no atinó a disparar. No quería matar por matar. Es famoso por torturar. Además, ¿tenía necesidad de eliminarnos en un país donde la Justicia no existe? La bronca conmigo no es por la denuncia en sí sino por el hecho de que lo haya desafiado. Nadie nunca le hizo frente en la Argentina. En la Madre Rusia, mató a trescientos tipos. El gran miedo de él es que se formen grupos parapoliciales que le arruinen su negocio de trata y narcotráfico. 

  Mi amigo y yo, a sabiendas de que Ivan volvería pronto por nosotros, la tortura estilo KGB era inminente, decidimos unirnos a la Virgen Atea en su viaje por el Viejo Continente. Pasado un tiempo, me volví solo de allá y me atrincheré en Lugano 1 y 2. Acá no se mete ni el mismo Satanás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario