No, no. Lo que se siente es eso de tocar fondo pero esta vez como una necesidad, con el sueño discreto de rajar la tierra y hallar la salvación en un agujero repleto de oro, petróleo, clítoris, circunstancias, sonidos y otras cosas. Parece que arriba no hay nada. La consigna es clara: "Tocar fondo". El lecho del mar, el piso de la pileta, el fin del pozo ciego. Hay gloria debajo de tanta agua, de tanta mierda. En el aire, no hay tesoros para nos. No, no. El problema es que no es fácil llegar a ese estado último donde todo es ahogo, náusea, olvido, sueño y fin.
Dios creó el primer Estado de Bienestar de la historia pero Adán y Eva, a través de su contacto con la serpiente, generaron un déficit que cargamos hasta nuestros días a modo de pesada herencia. El Señor se enojó. Echó para siempre a esos estatales parásitos del Paraíso. La austeridad durará hasta el fin de los tiempos. Dicen que Jesucristo fue el primer comunista. También podría decirse que Dios Padre, esa figura severa que dejó al ser humano librado a su suerte, librado a la bestialidad del mundo y los mercados, fue y es el primer neoliberal. El Altísimo, lejos de ser un rey que todo lo controla, que todo lo mira, es un gobernante que deja hacer, que deja pasar. Y así estamos como estamos. Pero aguardamos gozosos con la esperanza de que vamos a volver, vamos a volver a ver esa época de bien, esa cosa hermosa de que el amor vence al odio. Bah, tal vez sean todas conjeturas. Lo único cierto es que Dios no ha muerto sino que se dejó privatizar. Cada uno fue libre de creer en lo que quiso o, peor aún, de no creer. La salvación, esa suerte de jubilación eterna, fue puesta en tela de juicio, juicio que sólo benefició a unos pocos abogados. No quedó nada de toda esa seguridad social de antaño que disfrutaban nuestros padres primitivos. Esperamos milagros, esperamos inversiones. Y mientras aguantamos el mundo sostenidos por quimeras, nos volvemos débiles, dependientes de una ayuda divina que no llega, que no llegará. En la vida hay que elegir. Hubo quienes eligieron mal. Y esos fueron más, los Judas fueron mayoría, mayoría de los que pidieron la crucifixión. Y sí, la obsesión del cambio. Ver a Cristo muerto, ese carpintero antes tan contento, lleno de verdadera alegría, con fe, con esperanza, es en sí mismo un cambio. Ver la grieta en medio del Templo también es un cambio. Mientras tanto, María llora por no tener manteca para desayunar. La inflación es consecuencia del Pecado Original. Así dicen. El Papa es Francisco es solamente un sindicalista que, desesperado, intenta hacer un paro universal para que la Divina Providencia esté activa como nunca, para que vuelva a dar prestar servicios para todos. Se hace lo que se puede.
Lo que mata es la humedad, lo que mata es la humedad. Se repite una vez más: lo que mata es la humedad. La noche, las lluvias, el viento, el sol incierto. Las voces de la gente, los dinosaurios de fondo, el llanto de los niños, la leche entre las manos, las lágrimas que caen adentro. La paz, el agotamiento, la fe, la pereza, la dejadez, el hastío. Las mujeres que no llegan, la mujer que no llega. La espera, lo que se posterga, el partido que no se juega, los pasos en falso, los colectivos que están en mundos paralelos, el frío, el tormento, la angustia, el abrazo invisible de un dios humilde; Dios, que no quiere propaganda, que no comunica sus actos de gobierno, que hace sin esperar ningún voto, que se siente feliz de amar en silencio. Y yo, que niego, reniego, denuncio, exclamo, ruego. Y todos, que queman, dejan, penan, blasfeman, condenan, difaman. Y ellos, que creen, descreen, leen, no leen e inventan historias para que las olviden el resto. Y la masa, que balbucea, agita, respinga, adula y vitupera. Y vos y yo, que nacimos para amarnos pero no lo sabemos todavía, no nos hemos conocido. Y este mundo, que pasará fugaz ante nuestros ojos.
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