Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

domingo, 5 de febrero de 2017

Sueños locos LXXXII (La hermana de mi amigo)



  La hermana de mi amigo, esa chica rubia y otrora sumisa que conocí en Las Distancias, cambió mucho en ese enero en el que los tres nos fuimos de vacaciones a San Bernardo, regia localidad balnearia de nuestra Costa Atlántica. La primera vez que la vi, en sus pagos, la rubita de tez árabe y ojos latinos callaba y obedecía todo lo que le decía su padre, patriarca hebreo de aire sacerdotal pese a no tener barba. La evasión de la adolescente estaba en sus manos, en el celular. Fue una velada agradable aquella. Ahora, cuando la vi nuevamente en verano, era otra persona: se parecía a Graciela Alfano, esa señora que bien podría ser mi madre pero que no deja de ser muy atractiva. Obvio, en versión joven. Una vedette. Pechos como pelotas de fútbol, boca roja como luz de cabaret, cola prominente como baúl de taxi: lo mejor de la industria nacional.

  Increíble cómo cambió esa chica. Es más, tal vez ni era ella. Parecía como que hubiera ido a un cirujano plástico. Todo diferente: cara, cuerpo. Ni se llamaba igual, quizás. Era la hermana de mi amigo, nada más. El carácter era distinto: rebelde, muy. No importa. Igual, uno debe ver con asco a la familia de sus amistades. Pecado mortal desear la sangre del que te quiere. 

  El Ruso y yo estábamos comiendo de lo más lindo: asado, vacío, pollo, chorizo, morcilla, pescado, lechón, cordero, chivito. Era una orgía de comida, la única orgía a la que podemos aspirar nosotros dos, gringos intelectuales repudiados por todas las mujeres de la Argentina, salvo por nuestras madres (bah, ellas no nos quieren tampoco porque padecen la triste visión de una vejez sin los tan ansiados nietos). Yo me levanté para sacar los dos flanes con dulce de leche de la heladera. No me quería parar. Elvira entró sin decir nada. Nos miramos los tres. Se notaba algo raro. Ella transpiraba.

  El reguetón comenzó a sonar como música de fondo. Un auto pasaba lento por la calle con un equipo de audio que le ocupaba todo el baúl. Me dieron ganas de acercarme a la ventana de nuestro primer piso para arrojarle los huesos de todo lo que comimos. Pero algo me dijo que íbamos a tener que soportar ese ruido satánico por un tiempo más...

 - Alan, es él. 

  Yo no entendí qué quiso decir ella. El Ruso me miró fijo. Comprendí: se trataba del negro fiestero que estaba parando a diez cuadras, ese que era la sensación de la temporada. Todas con él. No sé qué le vieron a ese fiero. 

- Es él, bueno: yo soy yo y no me hago el chico misterio.-
- Seguro que a la boba le dio vergüenza y ahora se esconde detrás del hermano y el amigo, una estúpida.-

  Reímos los varones. Ella lloró. "Nos va a matar". El Ruso se acordó de que el tipo en cuestión no era ese negro sino otro, ese al que le pegó en una disco. "Boludo, es el Negro Pedro". Me bajó la presión. "Dale, Alan. Vamos a darle". Quisimos abrir la puerta y bajar la escalera pero Elvira nos detuvo: "Tiene dos pistolas encima". Confieso que estaba cagado en las patas pero pensé que entre dos le podíamos entrar a ese chorro de mierda. Ahora, cuando me enteré de que estaba enfierrado, me dio un ataque de miedo como no tuve nunca antes.

  El Ruso agarró el teléfono inalámbrico y llamó al 911. Esperábamos el milagro encerrados en el baño. El reguetón, a todo lo que da. Trabamos la puerta con nuestros tres cuerpos apilados a modo de barricada. 

  No me acuerdo más. No sé si vino la policía, huyó o lo enfrentamos. Perdí la memoria. Puedo decir nomás que desperté a las cuatro de la madrugada con el corazón en un rápido intento de fuga. Fui a orinar. Vi que mis amigos estaban bien, como si nada hubiera pasado. Me dio un ataque de culpa: ¿acaso esta experiencia ocurrió para que reflexionara sobre la "violencia de género"? ¿Dios quería que me vuelva feminista? ¿O fue una estratagema de Satán para que me tuerza hacia la izquierda? Finalmente, me di cuenta de que no se trataba de patriarcados ni machismos: ella, a sabiendas, se había metido con un tipo muy pesado. Fue hasta donde estaba el Negro, en la playa, con el auto, y se puso a bailar, a perrear. El tipo perdió lo poco que tenía de cabeza. Para colmo, sabía muy bien que ella era la hermana del rubio que lo palizó  la otra vuelta. Nada justifica la actitud de perseguirla. Pero Elvira tuvo el mal genio de ir a buscar al chacal, de provocarlo, de coquetear con él. Es más, el tipo vino cansado de que ella falte a las citas, cansado de ser excitado en vano, de quedarse como un idiota en la mesa de un bar a la vista de todos. 

  La verdad última es que la quería a ella como trofeo para vergüenza del Ruso. Ella, una excusa. La violencia, toda la violencia, era para nosotros. Pero por el Ruso y por mí, no iba a haber una marcha de #NiUnaMenos. 

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