Respeten sus progreleyes y no sean contradictorios censurandome.

El Congreso no promulgará ninguna ley con respecto a establecer una religión, ni prohibirá el libre ejercicio de la misma, ni coartará la libertad de expresión ni de la prensa; ni el derecho del pueblo a reunirse pacíficamente y de pedirle al Gobierno resarcimiento por injusticias.
(Primera Enmienda de la Constitución de los EE.UU., ratificada el 15 de diciembre de 1791.)



Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

Articulo 19 de la Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris.



- 1. Toda persona tiene derecho a la libertad de expresión. Este derecho comprende la libertad de opinión y la libertad de recibir o comunicar informaciones o ideas sin que pueda haber ingerencias de autoridades públicas y sin consideración de fronteras.

-2. Se respetan la libertad de los medios de comunicación y su pluralismo.

(Artículo II - 71; Título II concerniente a Libertades del Tratado para el que se establecia una Constitución Europea)

sábado, 10 de junio de 2017

Sueños locos XCI (Justicia en tiempos del Estado Nuevo)



  En 2021, cuando tenía treintaidos, maté por primera vez a un hombre con mis propias manos. Se llamaba Braian González y tenía veinte (la madre le quiso poner un nombre yanqui que ni sabe cómo se escribe). En verdad, creo que se me fue la mano y que no merecía semejante castigo. Sin embargo, el tiempo histórico exigió grandes sacrificios por parte de todos nosotros. No podíamos seguir en el régimen de la partidocracia, los Derechos Humanos, la delincuencia, las violaciones, los asesinatos, la corrupción y la pobreza. Todos los políticos fallaron hasta ese entonces. Tanto civiles como militares fueron culpables de la decadencia de décadas y décadas, todas perdidas, ninguna ganada. 

  El líder de la Revolución Silenciosa, el Ruso, fue un místico judío que creía que el Antiguo Testamento contiene todas las verdades necesarias para organizar la familia, la sociedad y el mundo en general. De alguna manera, se instaló una cultura islámica en muchos aspectos, más que nada en tema delincuencia. Muchos fueron los apedreados en los primeros tiempos del Nuevo Régimen. "Todos los países tienen leyes duras independientemente de su ideología: Cuba, Estados Unidos, Corea del Norte, Israel, Arabia Saudita, Chile, Irán, Rusia. ¿Por qué nosotros habríamos de ser menos?" Este discurso corrió por muchas bocas, por muchos oídos. Se entendió el estado de excepción y se procedió acorde. Es decir, cada ciudadano estaba obligado a ajusticiar en el acto a todo aquel que sea atrapado in fraganti.

  El lugar de mi debut como justiciero existe al día de hoy: un complejo deportivo a la salida de Buenos Aires. Sobre unos terrenos lindantes con la General Paz y el Riachuelo, el Estado Nuevo construyó canchas de fútbol y de otros deportes. Yo había ido a jugar a la pelota como cada viernes a la tarde. No era bueno ni lo soy pero me impuse desde joven una rutina variada de ejercicios para mantenerme en forma. En ese partido inolvidable, metí dos goles y fui figura, más por esfuerzo que por habilidad. Cuando llegué al vestuario, me sentía un león liberado, mis compañeros me aplaudían y me alababan como un jugador redimido de los malos pases y la falta de precisión. El vapor de las duchas y los cantos llenaban la tarde de sol entre azulejos blancos y detalles en verde. 

  Observé al tal Braian González entrar asustado al vestuario. Una turba lo corría y pedía la devolución de un celular. Sobre los cubículos de los inodoros, unas ventanas enormes dejaban pasar luz y permitían el escape del vapor. Ahí, casi pegado al techo, vi a un niño de unos siete años con el teléfono en la mano. Instantes después, habría de enterarme que era el hermano del muerto. Se lo veía asustado: tenía miedo de saltar y caer del otro lado. Pero también temía por la suerte de su mentor en el delito. A su vez, pese a ser pequeño, entendía que los días de gloria de los rateritos habían terminado. Era consciente de que él también podía y debía ser linchado por una masa iracunda. 

  "Hay que castigar con severidad cualquier falta por pequeña que sea con el fin de evitar males peores". Con esta mentalidad, el crimen dejó de existir en la Argentina. Fue una carnicería. Los primeros tiempos del Estado Nuevo vieron miles y miles de ajusticiados. La gente mató más que el propio Gobierno, algo único en la historia del mundo. Podías matar a cualquiera que estuviera robando siempre que pudieras probar lo que el otro estaba haciendo. La policía se alegraba cada vez que un civil hacía su trabajo. Fue una época muy rara. No disfruté esos momentos de locura pero me pareció necesario que la sociedad se defienda de elementos peligrosos.

 Sepan disculpar la digresión. Pasa que muy pocos recuerdan hoy esos tiempos. Muchos no admiten lo que hicieron en el pasado por vergüenza. Yo lo digo porque sé que nadie podrá juzgarme. Nuestra forma de gobierno actual puede perdurar siglos y siglos. En este momento, somos potencia por haber rechazado la moral izquierdista de antes. No me arrepiento de nada. Me hubiera gustado no matar pero fue necesario ponerse duros para mostrarse fuerte ante todas las naciones. ¡Arabia Saudita decía que éramos unos animales! ¡Por Dios! 

  Y bien, tomé a Brian González del cuello y lo hice morir entre mis manos. Intentó, como pudo, darme un cabezazo pero no lo consiguió. Su hermanito lloraba pegadito a la ventana, que dejaba entrar el último sol de la tarde. El ajusticiado, de tez oscura, estaba blanco de tan fuerte que lo apretaba. Tuve lástima por él. Me pareció irracional quitarle la vida a una persona por un celular. Sin embargo, una vez que lo liquidé, me enteré de que estuvo preso varias veces en el tiempo de "la puerta giratoria". Eso no me consoló mucho pero al menos me hizo sufrir menos. 

  A Kevin también lo querían linchar pero yo intercedí por él: "Este pibe va a quedar pillo de por vida luego de ver morir al chorrito sorete del hermano. Diría de pegarle un poco y luego mandarlo al reformatorio para que lo saquen bueno". Poco más no me acusan de comunista por mi discurso, a mí, que no me tembló el pulso para estrangular a un ladri. Al pibito le dieron para que tenga pero un ratito nomás. Quedó llorando, se tomaba el estómago, gritaba. A la hora vino la ambulancia y al día siguiente lo mandaron a una escuela granja en la loma del orto. Me enteré hace poco que salió bien: se recibió de ingeniero y se incorporó al Ejército. Pero esto no termina acá...

  Con el cuerpo de Brian González todavía caliente, y con Kevin llorando en un rincón, se dio una aparición inesperada: llegó la madre de ambos: lloraba, gritaba. "¡Mis hijos son buenos, no hacen nada!". La de siempre. Ninguno de nosotros osó pegarle a una mujer. Y más tratándose de una tipa cegada por el dolor maternal. Sin embargo, la chica que cuidaba el guardarropas la reconoció y la increpó: "¡Vos fuiste la que me robó el celular el otro día en la feria! ¡Vos me agarraste con dos negras más y me dejaste tirada en el piso!" A lo que la acusada contestó: "¡Te cabe por gila, amiga! ¡Y ustedes, manga de ortivas, ojalá se mueran!" La gorda tomó una silla que estaba a la salida del vestuario y encaró hacia muchachita que tan bien solía atendernos. Ella, pese a ser menudita, fue valiente y no se amilanó: corrió hacia la ladrona, tomó la silla con sus dos manos justo cuando ésta iba derechito a su cabeza y le metió un rodillazo en la panza que la dejó seca. Luego la pateó un buen rato. No la mató porque le tuvo piedad. Tres días más tarde, la fábrica de ladrones se suicidó con veneno para ratas.  

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